Este viernes pasado, Lucas volvía a tener visita en el dentista. A las 11:57 presionaba el timbre de la puerta. Puntualidad británica, dijo con una sonrisa tímida en los labios. Estaba más nervioso que la otra vez. En esta ocasión, no era una simple limpieza o una placa. Ese día le practicaban una cirugía de elevación de seno maxilar con injerto Bon Apatite de 1 cc.
Escrito así, parece que hable de tener buen apetito, pero léelo bien, APATITE, con A, no con E.
Mientras esperaba en la sala, escuchaba como se movían por la consulta. El dentista y su ayudante preparaban los utensilios para practicar la intervención.
En el carrito aséptico, por lo que pudo ver en cuanto entró en la consulta, colocaban por orden todos los aparejos. Cuando Lucas los vio, por un momento pensó que se había equivocado de lugar. Ese carrito se parecía más al que usa su mecánico cuando le lleva la moto a reparar.
—Hola. Venía a que me practicaran una intervención en la mandíbula. —Creo que me he equivocado de sitio. —Comentó con los ojos abiertos como platos.
—No, no. Es aquí. No te has equivocado. Puedes descalzarte. ¿Llevas calcetines? —Le preguntó la ayudante.
Lucas se sorprendió sobremanera. —¿Qué tendrá que ver en una intervención, que lleve o no calcetines? —Masculló para sus adentros. Mala hora en que lo preguntó. Tan pronto le invitaron a acomodarse en la butaca espacial, le dijeron que se metiera los calcetines en las orejas, a modo de tapones. Así, no escucharía el ruido salvaje que iban a organizar en breve. Lucas se puso pálido como una cuartilla.
—No te asustes. Lo de los calcetines es una broma que gastamos a los pacientes del Bon Apatite.
—Casi que vayamos cambiando el chiste. ¿No te parece, Anabel?
Anabel es la ayudante. Es más joven que Diego, el odontólogo. Está embarazada de cinco meses, por lo que intuyó Lucas.
—Bien. ¿Empezamos? A ver si en esta ocasión no se nos muere el paciente como el del martes. ¿Te acuerdas, Anabel? —Qué risas nos echamos.
—Lucas, estate quieto, coño.
—¿Has apretado bien las cinchas? Esta vez, que no se suelte, porque el del martes la lió parda con la sangre. —Le dijo Diego a Anabel con sorna.
—Bisturí.
—Ábrele bien la boca y engancha la lengua con esta grapa para que no la mueva.
—Vamos a practicarle una ventana de dos por dos. ¿Estás preparada para el chorro de sangre?
—¡Aspira, aspira!
—Creo que le he seccionado una arteria. ¡Mierda!
Lucas empezaba a despertarse del desmayo. Anabel ya tenía preparada la primera banderilla, la que se habían ahorrado con el diálogo anterior. Le sugirió al paciente que se estuviera quieto, que abriera la boca y se tranquilizara.
—Y una mierda. ¡Esto no me puede estar pasando a mí! —Yo solo venía a que me hiciesen una placa lateral. —¿No lo estaré soñando?
—Anabel, aspira ahí. ¿Ves el seno? ¡Qué bonito al descubierto! Se le ven hasta los mocos. ¡Cómo me encantan estas intervenciones!
Lucas, entre lo atontado que estaba por la anestesia y lo cagado, no se podía levantar de la butaca. Notaba como se le entumecían los tobillos. Supuso, al principio de la intervención, que le sujetaban los pies con una cincha. —¿Será verdad? —Entre la anestesia y el desmayo, no lo tenía muy claro.
—Pinzas. Vamos a retirar este trozo de hueso que ha saltado cuando le pegué fuerte con el martillo.
—Pásame el injerto Apatite. Léeme la letra pequeña. Con tanta sangre en la lupa no puedo verlo bien.
—Aquí pone que esperes un minuto antes de introducir la resina en el agujero. —Comentó Anabel.
—Hilo de sutura.
—Espera, espera. Antes del hilo, aprieta aquí. Sí. Justo aquí. No vaya a ser que se le salga la lengua por ese lado. Creo que me pasé con la radial.
—Prepara el Castro viejo. Usaremos el hilo absorbible. Así, este tipo no nos tocará los cojones en caso de que sobreviva.
Todo esto lo llevaba escuchando Lucas desde el minuto uno, pero no se podía mover. Era imposible.
—Pásame el ratón, digo las pinzas boca de ratón.
—Para la próxima vez, las tijeras del otro lado. Casi me sacas un ojo.
—Corta ahí. Perfecto.
Parece ser que son las bromas que se cuentan entre ellos para que el paciente se desmaye antes de tiempo. Así se ahorran las dos primeras inyecciones de anestesia. Todo eso se lo contaron cuando acabó la intervención que, por sus caras de satisfacción, fue mejor de lo que esperaban.
Los calcetines los llevaba puestos. No tenía ningún moretón en los tobillos ni sangre por el suelo. La vestimenta del dentista y de la ayudante estaban absolutamente limpios. Es como si no hubiese ocurrido nada. Como si no le hubieran tocado ni un pelo.
—¿Qué, cómo se encuentra? ¿Todo bien?
—Nos parece que en cuanto se ha tumbado, y digo tumbado en la butaca, se ha desmayado. Nos ha ido de coña porque, con lo difícil que es controlar la lengua, la ha tenido quieta y hemos podido operarle con muchísima tranquilidad.
—La operación ha sido un éxito. Mejor de lo que yo pensaba. Ahora toca esperar a que el hueso sintético sea aceptado por su cuerpo.
—Nos vemos en cinco meses.
En el tren, Lucas seguía reflexionando si todo lo que había oído, que si la sangre, la radial, el martillo, más sangre, era verdad, o como le dijo el facultativo, lo soñó por culpa del desmayo. La boca y la nariz, aún tenían los desagradables efectos de la anestesia. Por lo demás, todo perfecto.
Ahora tenía tres días por delante para descansar. Este tipo de intervenciones lo agotan mucho y solo quería dormir… De repente, recordó las palabras del médico: beba mucha agua porque al haber perdido tanta sangre, la repondrá antes si bebe más de la cuenta.
—¡QUÉEEE!