Unos veinte kilómetros

Caminar es muy saludable. Caminamos para sentirnos mejor, para hacer deporte, para adelgazar, para mover el corazón, porque nos lo recomendó el médico de cabecera o el vecino del quinto, cuando cada mañana, nos lo encontramos subiendo las escaleras a pie.

Caminar con el calzado adecuado es especialmente interesante. Caminar con el calzado inadecuado, es espeluznante.

Por las noches, camino unos veinte kilómetros. Uniforme de trabajo, zapatos formato tortura china, tibias al jerez y glúteos echando chispas.

Caminar por la montaña, el campo o la playa es saludable. Caminar por el asfalto es una calamidad y más si vas a toda castaña.

Si a esos veinte kilómetros le sumamos varias dosis de stress, ansiedad, calor, falta de oxígeno (por las mascarillas) y cantidades ingentes de polvo y polen, el resultado es que me duelen más músculos de los que recuerdo.

No sabía que los isquios pudiesen doler tanto y eso que son huesos, no músculos. ¿Serán los que están en las rodalías los que molestan?

Cada vez que estiro las tibias, me recuerda cuando iba a esquiar con mi pareja. Le dábamos tanta caña al esquí que, por la tarde, nos dábamos unas friegas en las tibias con aloe vera porque dolían tanto como cuando te dan doscientos veintisiete golpes seguidos, con una caña de bambú.

Veinte kilómetros que se hacen eternos durante las seis horas que dura la jornada laboral.

Eso sí. En seis días he perdido dos kilos y medio.

Al final, me podré volver a poner el traje de moto dos piezas, que ahora no me cabe ni con aloe vera, ni con vaselina, ni con un milagro.

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