¿Cómo se puede permanecer durante cuatro horas sentado en la loza sin hacer otra cosa que mirar el móvil mientras —supuestamente— esperas a que asome algo por ahí?
—¿Cuatro horas? ¿Me lo dices en serio o me estás tomando el pelo?, —le repitió la pregunta cuatro o cinco veces a la mujer de su amigo—. Ella, con una subida casi imperceptible de hombros, le aseguró que no le estaba mintiendo.
Esta mañana, Lucas ha abierto su blog para escribir con cierta prudencia, la impresión que le produjo la noticia de ayer. Seguía sin creérselo.
—Mira que yo, cuando estaba enganchado a los Reels de Instagram, podía estar más de media hora mirando sin parar, allí de pie plantado delante de la cómoda, con el móvil apoyado encima de la radio, mirando este video y el otro y el otro. Pero, ¿me estás diciendo que Teófilo se puede pasar cuatro horas, cuatro, sentado en el váter, sin hacer nada en absoluto?
—Sí. Tal como te lo he contado antes. —Respondió ella—.
Es muy curioso cómo invierte la gente su tiempo de relax o recreo. Ese tiempo que se utiliza para no hacer nada en absoluto o, mirado desde otro prisma, para hacer lo que a uno más le apetece.
240 minutos es lo mismo que cuatro horas, pero al haber más números da la sensación de que estamos hablando de más rato.
A Teófilo le encanta la mecánica de coches. Tiene un pequeño taller en el que, siempre que puede, se escapa un rato a arreglarlos. La pregunta que se hace el escritor del post es muy sencilla: ¿por qué no invierte el poco tiempo que le sobra en hacer cosas más interesantes?
Quizá sus «cosas interesantes» se reduzcan a permanecer sentado en el váter, esperar a que el gallo cante y mientras tanto, tragarse todo lo que aparece en el móvil.
No lo sé. Son solo suposiciones mías.
En esa única ocasión queda fantástica la expresión: Teófilo, vete a cagar, pero no tardes mucho.