Cada año pasa lo mismo. Siempre decimos que nos portaremos bien con las comidas. Poquito, porque sino después estamos a reventar. Pero da igual. Al final, 365 días después, ya no recordamos las promesas antiguas. Nos ponemos a comer como si no hubiera un mañana.
Las mejores presentaciones textiles. Manteles que sólo ven la luz los días de navidad. Servilletas bordadas. Vasos, copas, los cubiertos que nos regalaron para nuestra boda o en alguna fecha especial. Todos los platos del mundo y sus respectivos juegos de bandejas, soperas y ensaladeras, se presentan en la mesa como si tuviera que venir el general a hacer una revisión de sorpresa.
Los rábanos que no falten. —Nunca he sabido por qué son tan famosos en navidad—. Aperitivos de todo tipo. Ensaladas gigantes. Hay que hacer sitio en el estómago porque ahora viene la sopa de galets.
Una voz que sale de la cocina pregunta: ¿Alguien quiere más sopa? Otra voz más cercana, esta vez desde la mesa recuerda que hay más platos preparados. Por lo que ya nos están preparando psicológicamente.
Aquí, en Catalunya, después de la sopa de galets, dejan delante de tus ojos, unas bandejas que deben pesar 8 kg con carne de todo tipo, verdura, patatas, garbanzos y un sinfín de alimentos que, solo con verlos, ya te llenan.
La cosa no acaba aquí. Con un tiempo prudencial pasan a recoger los platos y comentan, otra vez desde la cocina, que quien quiere repetir. Aquí nadie abre el pico, sólo para beber porque hemos de bajar por el gaznate los últimos bocados.
Permanecemos a la expectativa. Tragamos saliva porque ya viene el segundo plato. ¡SEGUNDO! Carne rustida con patatas o pescado al horno, normalmente besugo. A veces, los más atrevidos te ofrecen un plato ligero que consta de un puré suave de patata con setas troceadas, acompañado de pulpo a la brasa. Otros se atreven con gambas a la plancha para que no explotemos al salir.
De postre, piña natural o cuatrocientas mandarinas. Porque nunca te comes solo una. Vas tragando. Total, donde cabe una caben tres. Cafés, infusiones o licores para reducir posibles dolores de estómago.
Tertulia en la sobremesa. Caras de «ya no puedo más».
Ruidos en la cocina hacen sospechar que están elaborando alguna cosa. Dos equipos. El primero limpia la vajilla. En esta casa no hay lavaplatos. El segundo equipo se dispone a secar alguna de las bandejas de ensalada para decorarla con tres o cuatro tabletas de turrón. Parece que nos hemos quedado con hambre.
Pasados unos veinte minutos, otra voz sale de la cocina exclamando: —no se pongan nerviosos, ahora saco los turrones. Teniendo en cuenta la ingesta desproporcionada de alimentos, no sé cómo pero aún queda sitio para los turrones, neules (barquillos), polvorones y otro arsenal de grasas trans.
Las voces se entremezclan en la mesa. Risas. Agua, mucha agua para desapretar. Cava y otra vez suena esa voz: —¿alguien quiere más turrón?