Un ciclista rojo

Cuando digo rojo no me refiero a que sea comunista, bolchevique, anarquista, etc. Hablo de un ciclista que me encontré en una cuesta que cuesta mucho de subir, por la cuesta que tiene.

Iba yo, como siempre, relajado, pensando en mis cosas, sin que me costara porque iba cuesta abajo, cuando me encontré con un hombre en bicicleta. Diría que era extranjero. Por la pinta, me atrevería a asegurar que francés o alemán. Pantalones cortos, zapatillas que no eran ni deportivas, más bien alpargatas. Camiseta, bastante sudada. Parecía un tomate pera, de esos que son super rojos.

Pensé dos cosas. O está rojo porque es de los que se plantan al sol y se olvidan las cremas protectoras en casa o porque de lo que cuesta la cuesta, se puso rojo como un semáforo.

La cuestión es que mientras a mi me dio tiempo de acabar la bajada y subir por el otro lado de la montaña, el ciclista rojo solo tuvo tiempo de llegar hasta el final de la cuesta que cuesta.

Cuando nos volvimos a encontrar le felicité por el gran esfuerzo que hizo.

Me llevé una sorpresa cuando me comentó que tenía 73 años y usaba esa bicicleta antigua, de las que solo tienen un plato y como mucho tres o cuatro piñones… Que la suya, más nueva y más chula, se la habían robada hacía dos días en la playa.

Al conversar con él pude verificar que era francés, por el acento y por las expresiones. Seguía rojo pero ya no tanto.

De vuelta a casa, recordé una frase de mi madre: hace más el que quiere que el que puede. 

Un ciclista rojo

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