Estás en casa de relax.
Es festivo y hace sol.
Decides ir a dar una vuelta, a ver si hay algo abierto para comprar comida, preferentemente cocinada.
Hoy es 6 de enero. Fiesta del todo. Ni un comercio abierto.
Escuchas las campanadas de la ermita y decides quedarte a comer en tu bistró favorito.
Encargas mesa, por si acaso.
Te vas a la playa y te sientas en la orilla.
Observas cómo se mueven las olas.
Te invade un título y decides escribir sobre la luna, las mareas, el equilibrio celeste.
Es hora de levantar el culo e ir caminando hasta el bistró.
Te apetece antes de comer, un delicioso aperitivo.
Te lo mereces.
Cervecita, chips y berberechos.
Comes relajadamente. Una patatita, dos berberechos y un sorbo de cerveza.
Tomas el sol.
Cuando se van agotando las existencias de berberechos y patatas, te viene al coco una pregunta trampa.
¿Qué pasaría si ahora estuvieses con alguien y quedase el último berberecho?
¿Te portarías bien y se lo cederías a tu acompañante?
La ventaja de estar solo, al menos, en el momento del aperitivo es que, el último, te lo comes tú.
O, es que acaso, ¿te lo ibas a comer tú? ¿Sí, tú, que estás leyendo este post?