En el banco de madera

Habían quedado a las tres de la tarde para intercambiar impresiones. Saul y Lucas tenían algunas cosas en común que querían compartir: la música, la lectura y la escritura. Lo que Lucas no se imaginaba de ninguna de las maneras era la grata presencia de un ángel en formato humano y metido en el cuerpo de una mujer.

Cuando se situó frente a ella, se le olvidaron todos los dolores presentes y futuros. Y encima, Amarenda le dijo que trabaja en medicina de familia. Lucas, pensó para sus adentros, que teniendo una doctora así, no le importaría para nada estar enfermo. Se pondría en sus manos sin dudarlo ni un segundo.

El motivo del encuentro en el banco de madera no era este, pero Lucas insistió en que escribiera estas líneas por si perdía la consciencia. No querría olvidarse de ningún detalle.

—Por favor, Oswald, anótalo tal como te lo he contado. No quisiera olvidarme de su rostro, de sus ojos, de esa mirada tan profunda y transparente, tan llena de energía. Me perdí en su mirada y no sé si podré salir de ella.

El encuentro entre los tres humanos fue muy apetecible, relajado, distendido, amable. Me atrevería a decir que se respiraba mucha paz.

Desde ayer, Lucas está como embobado. No sé cómo describirlo, pero no importa. Me comentó una cosa de la que no estoy seguro haber entendido, pero lo anoto aquí, por si acaso tú, lector, lo entiendes y me lo puedes explicar.

Lucas me dijo que si se cruzaba conmigo por la calle y no me saludaba, que no se preocupara. Que no tenía nada contra mí. Era porque, seguramente, seguía hechizado por aquellos ojos. Que le perdonara. Que no lo podía evitar.

—Pero, ¿no habías quedado con Saul para hablar de música y libros? Eso me dijiste el otro día. —Le pregunté con cara de asombro—.
—Ya sé lo que te dije, pero no sabía que vendría acompañado de ella.

1 comentario en “En el banco de madera”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
Hola 👋 ¿Te puedo ayudar?