Tres en cinco

Hace ya cinco años que Lucas se trasladó de vivienda. Durante dos años compartió espacio con dos buenos amigos que ya estaban instalados en la rectoría del siglo XV, en un pueblito del Alt Empordà. Un enorme naranjo, refugio de un centenar de pájaros, custodiaba el flanco sur. Por el norte, una puerta de madera de la misma edad que la casa y seguramente, restaurada por las inclemencias del tiempo, les protegía del viento frío de la Tramuntana.

Lucas no es historiador, pero sí curioso. Saber de dónde venimos y hacia dónde vamos es una pregunta que siempre le ha fascinado. A grosso modo podemos decir que venimos de allá. Lo que no es tan obvio es hacia dónde vamos. De hecho, a Lucas, le importa tres pimientos. Desde 2018 está aquí. En este lugar, disfrutando de una parte de los suyos. Más cerca de todo.

Antes, su cabalgadura, pernoctaba a la intemperie, bajo una arcada tan antigua como la casa. Paso obligado para los fanáticos del Camino de Santiago. Desde 2018, ha cambiado de cuadra, con esta última, tres veces. En los primeros años, compartía penumbra con un dragón gigante, de piel dorada, que se pasaba parte del tiempo dormido, en el fondo del abismo, custodiado por dos columnas impertérritas, camufladas bajo una piel ficticia de color negro como la boca de un monstruo de tres cabezas. El custodio del dragón le invitó a que abandonara la tierra de Mordor porque estaba esperando la llegada de un troll y no quería que su cabalgadura sufriera por culpa de este.

A medio transcurrir del tiempo, cambió de cuadra. Tuvo que compartir estancia con una montaña de cuerpos rodantes, con un corazón de hierro fundido. Cuerpos con ojos que no miraban a ningún sitio. Al menos, este terreno estaba más iluminado; así que no había dragones alrededor de los que huir. Al principio, el dueño del lugar, le indicó a Lucas que cabría la posibilidad de una permuta. Que le avisaría si llegara el caso. Y llegó. Hace escasamente tres lunas, le volvieron a invitar para que abandonase la tierra media. Que hiciese un petate y recogiese sus pertenencias. Así lo hizo y se marchó, y a su barco lo llamó libertad…

Desde hace dos noches, su cabalgadura pernocta en otro escenario. Los actores son nuevos. Se ha de acostumbrar a su camerino a las luces del tocador, la rampa hasta el escenario, el pasillo de tránsito entre ambos mundos, las tramoyas… Ahora todo es diferente y, sin embargo, todo es igual. Solo ha cambiado la distancia. Ahora todo está más cerca.

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