Ya me lo dijo, no hace mucho, un cliente aficionado a la bicicleta desde hace mil años. —Piensa que la bici crea adicción. Al menos, es una droga saludable.
¡Cuánta razón tiene! La uso día sí, día no y cuando me estoy equipando para salir a pedalear, pienso solamente tres cosas: que vaya todo bien, que no tenga que volver andando y a ver si puedo hacer tres curvas más.
La ruta es más o menos la misma. De momento, con eso me conformo. Con hacerla cada vez más ligero, sin menos paradas para recomponer los pulmones y las piernas y para beber un poco, con eso estoy más contento que unas pascuas.
Recuerdo, al principio, que paraba cada dos por tres. Pensaba que los pulmones y las piernas no daban para más; tanto fardar de piernas porque practico el esquí, pensando que aguantarían perfectamente. De eso nada, monada. Como no les des caña para fortalecer los cuádriceps, te vas a comer una mierda.
Todo lo que sube, después baja. En esta salida hay, como en todo el recorrido, subidas, para mi entrenamiento bastante fuertes, y bajadas, ¡como no! Me detengo menos veces para respirar profundamente y eso me genera felicidad. Seguramente tiene que ver con esas hormonas de no sé qué… ¿La endorfina? Tampoco me quita el sueño.
Pues, en la ruta que hago normalmente, siempre acababa al final de una buena subida, con curva a izquierda y un poco de llaneo. —Subo hasta aquí y me planto. Pensaba últimamente.
Ayer, no. Quise saber qué había más allá. Superfácil: tres subidas y algunas curvas más. ¿Y el placer que produce esa sensación? Diría que ayer tuve mi momento orgásmico. Y eso que solo estoy hablando de una salida de 17 kilómetros como mucho, pero para mí es muy importante.
El próximo día miraré que hay más allá de las tres curvas. Es más que probable que aparezcan tres curvas más. Seguro que sí.