El recorrido que hace cada noche consta de diez puntos móviles que, curiosamente, no se mueven. El único que lo hace es Lucas. La vuelta entera le supone invertir unos sesenta minutos más o menos. Vamos, lo que siempre ha sido una hora del ala.
En eso consta su jornada. Dar vueltas y vueltas como un hámster a un mismo circuito. Sube por esa calle, gira allí y baja por aquella otra. Se detiene en un Stop y después, aunque los otros tengan un Ceda el paso como una «casa de pagès», prefiere esperar, sobre todo a los que van en patinete eléctrico, que se meten por cualquier sitio sin respetar en absoluto las señales de tráfico.
No será la primera vez que Lucas ha de frenar en seco porque le ha aparecido un individuo montado en un patinete fantasma* por el lado en el que no miraba. Y no miraba porque el tipo apareció en sentido contrario. ¿Quién iba a imaginar que el patinante iría por donde le sale de los huevos?
El asterisco es para apuntar que a fantasma nos referimos cuando el patinante no lleva luces delante, ni detrás, ni reflectantes de ningún tipo, y en muchas ocasiones, el individuo en cuestión es de color, vamos más negro que un tizón.
En una de las vueltas, ha de salir despacio de una plaza donde las únicas salidas son calles peatonales, además de los centenares de patinantes, bicicleteros eléctricos o a tracción animal que rondan por allí.
De la plaza sale a la riera, no de agua, sino la rambla central en la que está el ayuntamiento. Se detiene justo en la confluencia de dos calles. Mira arriba, abajo, al centro y padentro… No se mueve ni dios.
Tres señoras estupendas, de setenta y cinco años a la muerte, están justo en la trayectoria de Lucas. Evidentemente, las trata como si fuesen patinantes. Parece ser que no se han inmutado de la presencia de Lucas.
Hago una puntualización. El vehículo que lleva es eléctrico y lo más que puede oírse de este, es que pise una cáscara de nuez o una botella de plástico. Por lo demás, no se percibe sonido alguno.
Aunque lleva las luces de trabajo encendidas (el giro faro) y las cortas, las tres señoras estupendas no se mueven ni un centímetro.
Lucas es muy paciente. No tiene prisa. Les hace largas y por fin, las estupendas de setenta y cinco años a la muerte se dan por aludidas. Cada señora lleva una muleta, así que Lucas cuenta tres patas por persona, que son nueve patas para tres.
Ya le parecía extraño que no se moviesen deprisa. Son de movilidad lenta, pero segura. Eso lo supongo yo (el que escribe este post).
Las señoras estupendas le regalaron una sonrisa de pendiente a pendiente, de esos gordos de perlas que les encanta a este tipo de mujeres, que se ponen solo cuando salen con sus amigas a mover el esqueleto. Diría que, en este caso, poco esqueleto iban a mover con esa parsimonia que las definía. Además, ¿dónde aparcarían las muletas?