¿Qué puedo hablar con Fulano?

Buenas tardes, ¿eres Fulano? Déjame que me presente (¿y si no te dejo?). Soy Luis Enrique Trigémino (a mí qué coño me importa). Llamo en nombre de Lowi, Yoigo, Paneles solares, criptomonedas, Amazon, Espárragos ecológicos, Nostrandum y quería ofrecerte…

¿A que te suena esta presentación?

Estamos hartos, por lo menos a mí me pasa, de que nos llamen a cualquier hora del día, soltándonos este puto rollo para ofrecernos el oro y el moro. Seamos prudentes y cambiemos el moro por el loro que, aun pareciéndose en fonética, el significado no tiene nada de racista.

Estás tranquilo haciendo tus cosas y suena el teléfono. Afilemos más… y suena el móvil. La consigna es: si no está en mi agenda, lo va a descolgar su p… m… Pero, ¡ostras, no me acordaba! Estaba pendiente de una llamada de Madrid por un asunto de baja del servicio de paneles solares y descuelgas.

Un insulto en subtítulos recorre tu espinazo: mecagüentoo…

—Buenas tardes. ¿Eres Fulano?
—Déjame que me presente. Soy Luis Enrique Trigémino, jefe de ventas de la firma Sanpancracio.
—¿A que tu compañía de móvil te está cobrando el oro y el loro?
—Te puedo ofrecer un pago único, la mitad de la mitad, sin permanencia y de regalo, una lancha con tres motores fuera borda por si cambiaras de oficio.
—¿Cómo te has quedado?



Ya que te la suda, le cuelgas.

Llevas más de diez años en la misma compañía móvil y te importa un pimiento lo que digan las demás empresas. En la tuya eres feliz como una perdiz. A estas alturas, ¿para qué cambiar?

Al tal Luis Enrique le importa otro pimiento (parecido al tuyo, pero más gordo), que le hayas dicho que no, que le hayas colgado. No le preocupa lo más mínimo. Volverá a insistir. Esta vez, por videollamada. Él no lo sabe, pero lo vas a recibir con las nalgas abiertas para que, en cuanto descuelgues el teléfono, se sienta observado.

—¡Será posible! ¿Qué parte del contexto no ha entendido?
—Luis Enrique, perdona que te tutee, pero a las dos de la mañana solo me llamaba mi mujer por si me había perdido en el bar o la policía para traerme a casa.
—¿Acaso somos amigos, nos hemos acostado juntos, te he invitado un domingo por la tarde a tomar el té? Ya te adelanto las respuesta. Un no rotundo en general.
—¿Por qué no me dejas en paz y os vais con tu jefe más inmediato y tu empresa a la mierda?

Todo esto lo piensas, pero seguro que no se te ha ocurrido decírselo a la cara. Afilemos más: al oído.

Hoy, concretamente, estaba escribiendo un correo electrónico a la empresa que hace poco me vendió acciones de una granja de caracoles con problemas de pareja, cuando de repente suena el teléfono.

—Buenos días. ¿Eres Fulano?
—No. Soy Luis Enrique Trigémino.
—Eso es imposible. Luis Enrique soy yo. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
—¡Joder! ¿Estás sordo o eres gilipollas? Te lo acabo de decir. Soy Trigémino. A propósito, ¿te apetecería irte con tu jefe más inmediato, el que tiene cara de boniato, a la mierda un rato?

—¡Hostia! Soy un crack. No sabía que además de pilotar lanchas fuera borda, también hago de rapsoda en mis ratos libres.

¿Qué puedo hablar con Fulano?

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