Para silbar no hace falta salivar. Si lo prefieres, haz la prueba y verás qué pasa. Por ejemplo, silbar con la boca llena de polvorones cuesta un huevo. Hacerlo con un huevo en la boca es complicado, sobre todo, si el huevo no es de gallina. Silbar mientras bostezas es casi imposible. Llevo practicándolo desde hace muchos años y te puedo asegurar que solo los grandes expertos en el mundo del silbido pueden hacerlo.
Estás en el baño y te apetece silbar. Recuerda que no es lo mismo que expulsar aire por la boca mientras haces un gran esfuerzo. Podrías desafinar a la vez que desentonas. Mientras te quedas a gusto, te apetece entonar, con el aire y los labios, aquella canción tan bonita que oíste, una vez, en aquel bar de carretera, cuando presionabas los labios de una forma tan memorable. Llegaste a las cuatro atmósferas de presión.
Todo parecía funcionar como un reloj suizo. Habías merendado un suizo con melindros e hiciste algo que está terminantemente prohibido si ingieres chocolate caliente. Beberte, de golpe, dos vasos de agua casi helada, provocaron en tu cuerpo entre doce y trece tipos diferentes de silbidos internos. De esos que, cuando salen al exterior, dejan de ser un estupendo sonido en Mi bemol para convertirse en un Do de pecho y de ahí, despacharte bien a gusto.
Aún recuerdas la canción que silbaste mientras te dirigías, con cierta dignidad, al trono de Mordor. Era «el puente sobre el río Kwai». Un ritmo presto con cadencias por minuto, te delataron mientras pedías por el alicatado en blanco. —Al fondo, a la izquierda. —¿A la izquierda? —Sí, ¿hay algún problema? No, no. En absoluto. Justo en ese instante, cambiaste de melodía. Tu corteza prefrontal localizó la pista A8 y puso la intro de la Guerra de las Galaxias.
Si te hubieras visto por un agujerito, probablemente pensarías que estabas pilotando una nave con velocidad Warp, directa al infierno. Por suerte, tres maniobras de última hora, permitieron que tu nave se despojara del lastre inútil para elevar en un instante tu morro, que no es lo mismo que mañana, y tus labios hacia la salvación.
En ese preciso instante, silbaste el Aleluya de Haendel.
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