Te toca compartir habitación y litera porque estás en desventaja. Llegaste después.
Tampoco tienes autoridad para pegarle un tiro a la pantalla situada en medio de la pared. Ya te gustaría, pero un pequeño inconveniente te lo impide. No dispones de arma. Así que olvida esa posibilidad.
El contador rojo marca 02:20.
¿Se puede interpretar que aún te quedan dos horas y veinte minutos para soportar las bazofias que emanan de la pantalla?
Oficialmente, hace ocho años que decidiste no tener televisión en casa. Por ende, tampoco la miras.
Si te apetece ver una peli, tienes tres opciones, internet desde el ordenador, el móvil, la tablet o ver una peli DVD con el equipo que te regaló tu amigo Raul.
En más de una ocasión te han ofrecido una tv y tu respuesta siempre ha sido la misma: NO, gracias.
No es por cabezonería. Ya que pierdes bastante tiempo mirando en los periféricos, solo faltaría que, además, lo hicieras en la caja tonta. Total, no dan más que mierdas.
A lo que íbamos, que después perdemos el hilo.
Compartes habitación en el hospital.
Te has enterado de que tu vecino es un devorador de programas.
Él llegó antes. Lleva seis meses internado. Así que te fastidias.
De todas formas, ¿te imaginas estar en su situación?
Es cierto que no todos tenemos los mismos gustos, por suerte.
Mi vecino de habitación, para pasar tantas horas muertas en el hospital, necesita ingerir programas de cualquier temática. En cambio, tu prefieres leer, escribir o escuchar música. Incluso dormir aunque no tengas sueño, pero mirar esos programas decadentes con periodistas que hablan todos a la vez o esos seriales en los que para decir una frase cambian de plano trece veces, no te mola.
Aguantarte es lo único que sí depende de ti.
Que bueno compartir ese día sin TV y sin vecino, donde aprovechamos para mirar el cielo de noche mientras escuchábamos a Ara Malician entre otros! Un gustazo de momento para recordar!