Tengo algunas preguntas, surrealistas cómo no, pero que ahí están, en mi sesera. ¿Qué número de veces se puede tender una pieza de ropa antes de que se estropee? ¿En qué momento desaparecerán los calcetines de nuestra cuerda por culpa del viento? ¿En cuántas ocasiones se nos caerá la pinza al suelo justo cuando íbamos a colgar la sábana blanca? ¿Por qué se rompen tan rápido las pinzas de los chinos? Si el bloque no tiene ascensor, ¿cada cuánto sube a tender la ropa María, la señora de rojo o Joan, el señor de gris?
Al ser un pueblo, es muy probable que María y Joan, coincidan, en más de una ocasión, a la hora de subir a tender la ropa. Pero a ellos, no se les habrá ocurrido pensar que todos los miércoles, sobre las doce del mediodía, llenan el cesto con la ropa recién sacada de la lavadora, para subir los dos tramos de escalera que les separan del terrado.
María, coge dos pinzas de madera de la bolsa. Del cesto de mimbre, saca la sábana de la cama de su nieto, que vino el fin de semana anterior. Levanta los brazos para tenderla, con cuidado de que no roce el suelo. Sabe que si se mantiene el viento, en quince minutos tendrá que subir a recogerla. La semana anterior tuvo que pedirle a la vecina los tres jerséis que salieron volando por culpa del aire.
Mirando en las terrazas, balcones o en los terrados, ¿cómo sabremos si la ropa pertenece a gente que solo viene los fines de semana o como María y Joan, son vecinos que llevan años viviendo en el pueblo?
Tampoco se sabe qué aventuras vivieron los propietarios de esas piezas. ¿Se fueron a dormir tarde el jueves? Tenían invitados para cenar. ¿Raúl y Berta se enrollaron en la playa el martes a media noche? Había bastante oleaje y seguro que se empaparon de los pies a la cabeza.
Raúl y Berta coinciden, desde hace tres años, todos los fines de semana.
¿Era necesario que Lourdes se tapara el cuello con el pañuelo de seda? Refrescó mucho y el frío sorprendió a más de uno que aún iba con la ropa de verano.
La toalla naranja, ¿qué cuerpo secaría, de hombre o de mujer? Igual mi imaginación me gasta una mala pasada y la toalla sirvió para secar a Boby, el perro de Enrique. Le gusta mucho meterse en el agua y aprovechando que se ha acabado el verano, Irene, su mujer, encuentra cualquier momento para llevarse a Boby a darse un chapuzón.
De hecho, el chapuzón se lo dieron los dos. Es posible que primero se seque Irene y después frote las patas de Boby, un mastín de cincuenta kilos, para que no deje «chopao» el suelo del apartamento.
No me había fijado hasta ahora que Lucas, mi vecino de la esquina, tiene colgada una camiseta lila que se parece un montón a la mía. Me gusta mucho el lila.
Nunca he sido muy ordenado a la hora de tender la ropa. Voy colgando según saco de la cesta.
Recuerdo que mi primera pareja era extremadamente ordenada, rozando la histeria. Los calcetines los tendía por orden de mayor a menor, en la misma dirección y por colores. Todos los talones quedaban abajo a la izquierda. Ponía las pinzas, por parejas, procurando que no fuesen del mismo color que la ropa que tendía.
Después las bragas, los sujes, calzoncillos. Las camisas y camisetas en la siguiente cuerda. En la última, las sábanas y piezas largas.
Para tocarle la pera (por decirlo de una forma suave), cuando no me veía, me dedicaba a cambiar de sitio la ropa y mezclaba los colores de las pinzas.
¿Se cabreaba?
Por supuesto.
Pero yo me lo pasaba pipa. No creo que se deba perder tanto tiempo organizando la ubicación de la ropa. Aunque cada uno se lo monta a su manera.
Con mi segunda pareja no tuve tantos problemas. Los dos colgábamos la ropa según salía de la cesta.
Eso sí, si se caía una pinza al suelo, no nos daba tiempo de recogerla. Venía el gato y se la llevaba para jugar con ella.