Hace días que no escribo. No es porque esté seco de ideas. Últimamente no tengo tiempo para nada. Voy de culo con tanto curso, webinar, training. Estoy tan colapsado que no atino…
La otra noche, después de un día lleno de cursos, trainings, sesiones en directo y alguna que otra foto para recortar, (si, también tengo tiempo para arreglar las fotos que me envía mi cliente), me dio por bajar al contenedor de vidrio, creo que es el verde, para tirar el mogollón de envases que recojo en mi super depósito de casa. Creo que tiré miles de potes de espárragos (me encantan, sobre todo con mayonesa y limón) y algún que otro de lentejas…
El protagonista no era el pote en sí. Aquí, el actor principal era el reloj. Si, si. La hora que era cuando fui a tirar los cristales. Todos sabemos el ruido que hace cuando los tiras por ese agujero redondo que va a parar a la dimensión desconocida, al abismo.
A las 00.30 de la noche, un pote de cristal soltado desde un palmo de altura dirección al abismo, puede producir un ruido tal que despierte hasta las ratas.
No me di cuenta de la hora ni tampoco de los 93 potes que conté, porque los dejaba caer de uno en uno.
Suerte que los contenedores están a una cierta distancia como para no tocarle los coj… a nadie. Suerte de eso porque ya me veía abucheado y criticado por la comunidad de vecinos más cercana.
Otro día, más bien, otra noche, antes de tener la brillante idea de tirar los cristales, consultaré el reloj. No sea que también esté empanado y sean las tantas.