¿En qué momento de la historia los locutorios casi dejaron de existir para convertirse en salones de uñas? ¿Cuándo dio lugar a la transformación de unos a otros?
Recuerdo que no hace tanto, en cada calle y en cada esquina había un locutorio, decorado con un estilo parecido a los economatos de la postguerra, con una tonalidad azulada, tirando al verde feo. Tenían un aspecto similar y la mayoría de veces estaban custodiados por una persona «internacional».
En algunos establecimientos, los box en los que sus clientes se pasaban horas, tenían un aire parecido a las cabinas telefónicas antiguas, esas que podías encontrarte en el hall de una gran estación de tren.
Según mi modesta opinión, diría que los locutorios pasaron a mejor vida en el momento en que la fibra y los datos móviles adoptaron precios supercompetitivos y muy asequibles para todos los bolsillos. Creo que esa fue su perdición, aunque hay que decir que todavía te puedes encontrar alguno por ahí.
Cuando vas de paseo, sin rumbo fijo, cada cien metros o en casi cada calle, como pasaba con los locutorios, puedes encontrar que de un día para otro, han montado un salón de uñas. Parece ser que tenemos la necesidad de lucirlas hermosas. Todo lo nuestro, limpito y bonito. Al entorno que le den morcilla.
¿El público que frecuenta estos negocios son los que padecieron la transición de los módems a la fibra óptica? Quiero decir que cuando querías conversar con un familiar que se encontraba en otro país o en otro continente, la velocidad de datos era tan lenta que unos y otros se mordían las uñas. Literalmente, se las comían. Así que, no es de extrañar que ahora necesiten que se las arreglen, transformen o simplemente se las pongan postizas porque, en su día, las devoraron.
Según mi segunda modesta opinión, podría pensar que los actuales clientes de los salones de uñas son los antiguos clientes de los locutorios. Ya sé que es una hipótesis cogida por los pelos, pero tampoco lo encuentro tan descabellado.
El próximo día que salgas a pasear fíjate bien y contabiliza cuántos salones de uñas te encuentras en tu ruta. Sin ir más lejos, en la misma calle por la que paso todas las noches, he contado cuatro y la última la montaron en un abrir y cerrar de uñas, digo de ojos.
Entre los bares, tascas, restaurantes y los salones de uñas que regentan los chinos, las peluquerías multirraciales, los «todo a cien» que ya tienen otro nombre (ahora no me acuerdo) al final no sabré si estoy paseando por Mataró o por Chinatown.