Pulgares desgraciados

El esquí es un deporte al aire libre, en contacto con la naturaleza. Cero estrés, ruido, prisas, embotellamientos ni largas colas de espera, siempre y cuando lo practiques cualquier día de la semana menos el weekend o fiestas de guardar.

En finde, lo tenemos prohibido por nuestra religión.

Es un deporte que requiere tener las piernas lo más fuertes posibles.

Me atrevo a decir, incluso, que se debería estar fuerte de casi todo. Un montón de músculos y articulaciones entran en juego.

Durante unas cinco horas aproximadamente, los tres cuñaos, esquiamos todos los jueves de la temporada, siempre y cuando no haya una catástrofe o las leyes lo prohíban, como ocurrió el año pasado, con el confinamiento.

Podemos estar contentos porque a nuestra edad, ya le gustaría a más de uno tener el aguante y la forma física de la que disfrutamos. Eso sí, nos gustaría estar mucho más fuertes. Cuanto más fuertes, mejor.

Estar fuerte o ser un buen esquiador no te salva de tener un mini-accidente. Y digo mini porque podía haber sido peor.

Si la nieve está en muy malas condiciones, más dura que el asfalto o directamente helada, el porcentaje de hostia segura está más que garantizado.

Con nuestro alto nivel, ¿qué parte del cuerpo dirías que es más vulnerable? ¿Cuál es la que está más expuesta a sufrir un percance?

En mi caso, los pulgares. Pobrecicos míos.

En una hostia inesperada, no te da tiempo a reaccionar y los primeros que sufren el impacto, son los pulgares. Bien porque te los golpeas con el bastón y el esquí, como ocurrió ayer, o porque no te da tiempo a soltar los bastones y te los machacas con la nieve extra-mega-dura.

Uno del grupo lleva tiempo esquiando sin bastones porque se lo machacó con el pulgar derecho. Así que ya lo ves, por ahí, moviendo los brazos como si se echara a volar.

Seguramente si no pasa nada extraño como una catástrofe, el próximo jueves, seremos dos los que vayamos sin bastones.

Así que si ves a dos tipos moviendo los brazos como si echasen a volar, no tengas la menor duda de que seremos nosotros.

No tengo ganas de llevar, por más tiempo, los dedos vendados.

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