Únicamente en ocasiones especiales se debe programar con antelación. Comidas, encuentros, salidas, un cine, subir al monte, quedar para ir al teatro…
Han inaugurado aquella exposición que llevas tiempo esperando y justo el día que te decides ir acompañado, resulta que la otra persona no puede. No te preocupa ir solo, ya lo has hecho otras veces, pero te apetecía mucho ir con Gertrud Pleintz.
Este próximo abril llega la Sinfónica de #aquíteespero. La programación es muy apetecible. Ejecutarán la banda sonora del Señor de los Anillos. Brian te hace una pregunta sutil a la vez que graciosa. —¿Te apetecería ir conmigo a escuchar la obra? Mi contra pregunta no se hace esperar. —¿Cuándo actúan? Brian responde que en viernes o sábado, no está seguro. Los dos nos miramos y una sonrisa tímida aparece en nuestra cara; ¡pues va a ser que no podremos ir! Trabajamos en el turno de noche.
Te habían citado para un evento en el que te invitaban a comer. Tres cambios de fecha en poco tiempo. Es lo que tiene programar con antelación. En este caso, los culpables de tanto cambio eran los hijos. No pasan más cosas porque no ha lugar.
A Lucas, que no se programa ni las pastillas que toma, lo mejor que le puede pasar es que, de repente, le llame un amigo, estén hablando como media hora por teléfono para ponerse al día y Bob le pregunte: —¿Te apetece que comamos juntos? Dicho y hecho. Sin programar con antelación. Venga. ¡Ahora mismo, sin preámbulos!
Hace una semana conoció a Dolores Claiborne. Conectaron con naturalidad. Conversaciones interesantes afloraban a cada instante. Risas. Silencios, pausas sincopadas, tiempo de negras y corcheas, silencios de redonda. Contrapuntos. Frases inacabadas, temas sin cerrar. Era como una jam session. Cabía la posibilidad de volver a verse para tocar juntos alguna pieza. ¡Nunca se sabe!, pensó Lucas para sí. Nunca se sabe, comentó Dolores Claiborne.
Programar con antelación es complejo y peligroso. Lo mejor es dejarse llevar. Todos los días esconden alguna sorpresa que desmonta tu agenda en dos segundos. Hacer planes comporta un riesgo. Verse con Genoveva para tomar un café era otra de las posibilidades que tenía Lucas entre manos.
El día consta de veinticuatro horas. Ni una más. Estirarlo como un chicle no es posible. Quizás en un mundo cuántico se pueda hacer, pero en este, de momento, no.
La familia de Lucas permanecía a la espera de los acontecimientos. El final estaba escrito como en el guion de una película. El desenlace era irreversible. Se adelantó al fin de semana. Todos los planes que uno pudiera tener programados con antelación, se fueron al traste en dos segundos. Todo ha cambiado desde esta mañana. Ahora toca esperar a nuevos acontecimientos. ¿A qué hora se abrirán las puertas? ¿A qué hora hablarán en su nombre y la recordarán con textos amables? ¿Dónde se despedirán de ella? Preguntas sin el símbolo de interrogación levitan por encima de sus cabezas.
Nada se puede programar con antelación. Todo cambia en dos segundos.