Vives en un pueblo de la costa, en un bloque de vecinos como todos los que viven en bloques. Cuatro alturas como muchos bloques de vecinos de cuatro alturas. En el ático, se encuentra la terraza compartida. Cables para tender la ropa, algún que otro cachivache porque es probable que en sus casas no quepa y una tumbona medio escondida para que no moleste a la vista.
Hace casi cinco años que vives en el edificio y aun no te has dado una vuelta por la terraza. —Algún día subiré, algún día. Te dices, pero ese día nunca llega. —Todo se andará. Vuelves a decirte.
Con unos vecinos de la finca compartes varias cosas. ¿Qué probabilidad existía para que, entre todos los vecinos del pueblo, del vecindario y más concretamente, del bloque, coincidieras en tres cosas?
Lo puedes ver como un hecho de lo más normal del mundo o, como decimos en mi tierra, una casualidad «como la copa un pino». Ambos vecinos vivimos en el mismo número de puerta. Los dos tenemos una gata que se llama igual y ambos tenemos la misma profesión.
Es bastante difícil coincidir en tres cosas. Es cierto que, dada la alta cantidad de personas que tienen mascotas, alguna podría coincidir contigo, pero, el mismo nombre, la misma profesión y en el mismo número de puerta, ¿qué es, casualidad, coincidencia fortuita, el destino?
No tengo ni idea. Lo que importa, al menos para mí, es la suma de esas pequeñas cosas. Esa suma hace que la vida tenga un ritmo interesante.