Todos hemos oído centenares de veces la expresión: ponerse las pilas. Exactamente, ¿dónde están ubicadas? ¿En la espalda, como los muñecos autómatas, esos conejos de peluche que mueven las patitas de delante y la cabeza de un lado a otro? ¿En el pecho, como aquél muñeco del espacio, Mazinguer Z? ¿En los bajos del coche teledirigido por cable y caja de mandos metálica de color verde, el Tiburón Citroën Payá?
Esta mañana, una amiga, me decía: sí, ahora me pondré las pilas. Me la estaba imaginando cómo cogía un destornillador pequeño, de estrella y con mucho cuidado, mirándose al espejo para acertar dónde están los cuatro tornillos que tiene la tapa, justo entre las costillas, sacaba las de ayer e introducía las nuevas que, por cierto, desde que son recargables, ahorra bastante pasta en pilas.
Evidentemente, ni las pilas son recargables ni lleva cuatro tornillos en la tapa. Creo que las de ahora son de litio-metal. Más duraderas y más seguras que las normales.
Yo también me he pasado al litio-metal. Duran y duran, más que las de Duracel. Te permiten estar enchufado casi todo el día sin necesidad de ir a un punto de recarga, como pasa con los coches.
Un vecino de mi barrio tiene su Mini Cooper eléctrico todo el día conectado al surtidor. No sé si hace muchos kilómetros y por eso necesita cargar las pilas constantemente o es que aún no están lo suficientemente desarrollados estos vehículos, para disponer de larga autonomía. De todas formas, no me importa. Los coches no me gustan.
Vuelvo a la expresión de ponerse las pilas. Son las 11:25 de la mañana y ya llevo un 3% gastado de mi nueva pila de litio. Voy a salir un rato a la terraza porque me han dicho que con el sol cargan más rápido.
Nos vemos en la próxima carga.