Era demasiado pequeño para recordar cómo mi abuela o mi madre colgaban la ropa en los alambres del tendedero que estaba detrás de la casa de veraneo que tenían mis padres.
Cuatro años tal vez. No estoy seguro pero mi hermana, la que va detrás mío, era un bebé y nos llevamos cuatro años…
En aquella época no había productos chinos. Las pinzas eran de madera, de diferentes tonalidades. Me atrevería a decir, incluso, que no tenían ni el mismo tamaño. Las guardaban en un cesto de mimbre, colgado de un gancho en el alambre del tendedero.
Tampoco recuerdo si se rompían o no. Era muy pequeño pero estoy casi seguro de que no.
Me gustan mucho las pinzas de madera. Me traen buenos recuerdos. Lo malo es que las de ahora sí que son chinas. Se rompen fácilmente. Cuando cuelgo la ropa, siempre me viene a la cabeza ese cesto de mimbre. Esas pinzas irrompibles. Y cuando las chinas se parten, se esfuma la imagen.
Por casa aún corre una que igual tiene más de 30 años. Es como si hubiese hecho un pacto con el diablo de las pinzas. No ha envejecido lo más mínimo. En cambio, las chinas, no tienen tiempo de hacerse mayores. No saben lo que es sufrir el sol del mediodía o la lluvia intensa o el frío, como lo hacían sus antecesoras. Mueren antes de un mes. No da tiempo a encariñarse con ellas y encima no hablan nuestro idioma.
No se trata solamente de las pinzas de antes. Ahora todo dura mucho menos. Creo que lo denominan obsolescencia programada pero, qué tipo de programa tendrá incorporado una mierda de pinza para que se rompa con tanta facilidad?
Igual el chip está dentro de la pieza de hierro que une las dos palas de la pinza. Yo que sé.