Perder aceite

A priori, estas dos palabras suenan rarito. Depende de quien las diga o escriba y la intención que ponga, perder aceite sonará, tal vez, a tendencias sexuales.

No vas bien si piensas así. Por lo menos, estás muy lejos de la interpretación de Biel cuando se lo explicaba Lucas.

El mantenimiento de la flota de vehículos de una gran empresa es complejo. El hecho de que estén funcionando «non stop» constantemente, genera multitud de averías. Además, los mecánicos no dan abasto y se les acumula el trabajo.

Cuando no es una bombilla, es el cable del polipasto. Cuando no es la tulipa trasera del freno, es el limpia. Cuando no es la puerta del copiloto, es la bomba de aceite. Cuando no es un pinchazo, es el joystick que gestiona la grúa…

La cuestión es que mantener la flota en un estado óptimo es una tarea complicada.

Al final de su jornada, Lucas tuvo que quedarse dos horas más porque uno de los camiones dejó un reguero de aceite en su recorrido. Era parecido a las migas de pan que dejaba caer al suelo Pulgarcito para volver a casa.

En esta ocasión, ni era pan, ni tenía que encontrar el camino de vuelta. Más bien, el de ida. El que recorrió el camión por las calles de la ciudad.

Lucas se sentía como un investigador del CSI, siguiendo la pista del reguero de sangre, digo de aceite, que había dejado el asesino, digo la fuga del depósito de aceite del camión de la basura.

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