El domingo es un buen día para comer con los amigos.
Es un día de relax.
Aperitivo sobre las tres de la tarde.
Podría parecer el preámbulo de la comida, pero no. La comida entonces fue a las cuatro.
No hay prisa. Es domingo.
Había llegado a su casa sobre las 13:45 h.
La idea era vernos. Disfrutar de nuestras charlas. Montar un soporte en mi moto. Tomar el aperitivo y comer con mucha calma.
Helado de postre. Cafés y sobremesa.
Más charla. Copichuelas.
En el aperitivo cayeron tres cervezas. Vino en la comida y tres chupitos de orujo de hierbas al atardecer.
No te das cuenta, pero al cabo de unas horas notas como la lengua se acartona.
El frío de la noche no deja que te apelmaces y puedes volver a casa sin que te disminuyan los reflejos.
Eso sí. Esperas a que el mundo se pare antes de emprender la marcha.
Hay que ser muy respetuoso con las cosas del beber y con las dos ruedas.
Llegada a casa sin problemas. Todo controlado, pero…
… Al día siguiente, sientes como si tuvieras la cabeza dentro de una campana gigante y un badajo enorme martilleara sin parar el bronce.
Te quieres morir.
Piensas para tus adentros que no lo volverás a hacer nunca más, pero seguramente, en unos días repetirás.
Que conste que no hago mezclas prácticamente nunca. Soy bebedor de cerveza, pero alguna vez pasan estas cosas.
Hoy lunes he amanecido con un puñal clavado en el cráneo.
Por diooosss…
Paracetamol. Una taza grande de café y salto al ruedo.
Y aquí estoy, a las 23:30 h, escribiendo este relato del pelotazo que no hubiera podido hacerlo por la mañana. No tenía los ojos preparados para la pantalla.
Ni los ojos, ni la mente.
Ahora, un vaso con agua y a dormir, que mañana me espera un largo día.