En esta ecuación no hace falta añadir un tercer elemento porque es obvio que para recoger los pelos, aparte de la pala, se necesita la escoba, pero no quedaba bien en el título. Así que he pensado que se sobrentendía.
Todas las mañanas, Lucas realiza una ceremonia que viene repitiendo desde el momento en que entró en su vida un peludo de cuatro patas, cola larga, bigotes pegados a ambos lados de su naricita, uñas asesinas y fábrica permanente de pelos.
Mientras practica esta operación, sus gatos persiguen la escoba o los pelos que, buenamente, intenta amontonar en pequeños grupos, aquí o allá. Muchas veces sin éxito, ya que la nena o el nene lo han pillado a traición y con esas patitas que lo desplazan todo, ya han «escampat» lo que había barrido.
Vuelta a empezar. No pasa nada. Lucas localiza una montaña de pelos que se le había pasado por alto. Estaban escondidos bajo la funda del sofá que tiene en la sala. Suerte de la funda. Una de las esquinas está tan llena de pelos que podría fabricar dos melenas y venderlas en la peluquería del barrio. Un día leyó en el diario «20 minutos» que las melenas de pelo de gato están muy bien pagadas.
La gatita, más pequeña, es una especie de trasto. Una revolucionaria anti-escobas. En cuanto se da cuenta de que Lucas agarra la escoba con la mano derecha y la pala con la izquierda, se coloca sus gafas anti-polvo (no sabe nada la gata…), disponiéndose a atacar todo lo que se mueve a su alrededor. Igual se piensa que está en el bosque, al acecho, preparada para cazar cualquier bicho.
El gato, más mayor, más pausado, se la mira desde su atalaya. A medida que esta se desplaza por la sala, el gato la sigue moviendo la cabeza, pero de esa manera tan sutil que hacen los gatos, como si la cosa no fuera con ellos y, en cambio, están superpendientes de cualquier ruido, movimiento inesperado e incluso tan esperado como el que hace Lucas cada mañana cuando agarra la pala y la escoba para recoger los montones de pelos que la noche anterior, después de una fiesta o carrera gatuna, han quedado dispersados por encima de casi todos los muebles de la sala, por los rincones o alrededor de la escoba.
Al ser Lucas, gato viejo, el kit pala-escoba, lo tiene preparado detrás de la puerta de la sala. Así, al levantarse, ya no tiene que ir al lavadero a recoger el equipo.
Mañana, si no pasa nada, repetirá la ceremonia.
Me gusta leer como Lucas ve y vive la vida!