En junio, Lucas, se compró una bicicleta de montaña de segunda mano. Ya que de precios no tenía la menor idea, se dejó asesorar por dos personas: una muy cercana y la otra, no tanto. La primera es un cliente de hace muchos años y ciclista empedernido que le aconsejó lo qué debía mirar antes de adquirirla. La altura, el estado, las ruedas, los mecanismos y otras cosas que ahora no le vienen a la memoria. Una de las más importantes, subrayó, era tener un buen mecánico cerca de casa o al menos, si no quedaba cerca, que fuese de confianza.
Lucas agarró la tablet y escribió en Google, voy a tener suerte, «taller de bicicletas». Le salieron unas cuantas entradas en un radio de quince kilómetros. No tenía la menor idea de que, a escasos cinco minutos de su casa, caminando, había un taller de bicis de todo tipo. El dueño y mecánico del taller practica Triatlón. Así que sabe exactamente qué se lleva entre manos. Esa fue la segunda persona.
Le aconsejó una bici americana que tenía, en ese momento, en el taller, con frenos de disco. ¡Como mi moto! Pensó para sí. —Cuando frenes, recuerda que el de atrás está en la derecha y el de delante, en la izquierda. Al revés que una moto. Recuérdalo porque si no, saltarás por los aires; le comentó con una sonrisa de oreja a oreja. —No serás el primero ni el último que se come una morrada.
Le pagó en metálico y Joan le dijo que pasara a recogerla al final de la tarde. Así le acabaría de echar un vistazo.
Desde junio hasta que empezó el calor fuerte, Lucas, salía de vez en cuando con la bici. Después hubo un parón forzado por el clima tan insoportable y decidió que, pasada la ola de calor, volvería a salir a rodar por los caminos y senderos de las cercanías.
Pasó de salir de vez en cuando a comprometerse con él mismo para pedalear cada dos días. Hoy tocaba otra vez. Esta semana salió el lunes, el miércoles y hoy. Para hacer la misma ruta, cada vez tarda menos.
Es cierto que no descansa lo suficiente, por lo que va arrastrando sueño por todas las esquinas, pero, al trabajar de noche, se puede permitir el lujo de hacer un montón de cosas durante el día. Incluso, la siesta.
En la ruta invierte entre quince y dieciocho kilómetros, dependiendo de lo cansado que esté. Con una misma distancia, está experimentando que cada vez la recorre en menos tiempo. Está feliz como unas pascuas.
Me comentaba que hay un trozo del recorrido que, hasta hoy, lo bajaba desmontado porque era una zona con bastante pendiente, troncos y piedras. En más de una ocasión estuvo a punto de escalabrarse y eso no se lo puede permitir porque toma Sintron y tendría un problema importante.
Hoy, por fin, lo ha atravesado sin bajarse de la bici. Estaba supercontento. Me hubiese gustado verlo por un agujero. Por teléfono, cuando me lo explicaba, me imaginaba su cara de felicidad. Me ha dicho varias veces que era como una espina clavada con la que debía lidiar. Se repetía en silencio: bajar sin bajarme, bajar sin bajarme.
Pletórico estaba mi amigo Lucas.
Me ha dicho que lo volverá a probar el próximo día y que intentará enlazarlo con la otra pendiente que, vista en el Google Maps, promete bastante. Eso sí, si puede ser montado en la bici.