Desde octubre de 2019 y no de forma continuada, estoy trabajando para una empresa en Mataró, en la franja nocturna. Eso significa que mi metabolismo se ha tenido que adaptar a los nuevos horarios que, por otra parte, aún los estoy domesticando.
Entre octubre del 19, (suena antigua esta frase) y marzo del 20, fue mi primera incursión fuera de las horas habituales en otro tipo de trabajos.
Un parón de quince meses y otra vez a los horarios nocturnos.
2021. Siete días en junio y dos meses seguidos, agosto y septiembre. Otro parón. No hay prisa. Todo se andará.
El despertador solo lo uso por las tardes. Para que me avise de la siesta, para tomarme una pastilla, para recordar que he de llamar a tal persona, para empezar a arreglarme porque suena a las 20:00 h. Pero para despertarme por la mañana, no.
Cada día, sin saber por qué, me despierto a la misma hora. No hay despertador. No me interrumpe nadie. Mis gatos duermen encima de la cama y se despiertan a la misma hora que yo.
¿Por qué cada día abro los ojos a las 10:17 horas? ¿Es una especie de señal del universo? ¿Qué significan esos números? ¿Puede ser octubre, día 17? Lo he pensado en más de una ocasión.
¿Qué ha de pasar en esa fecha? Igual son paranoias mías y simplemente mi cuerpo se ha acostumbrado a ponerse en marcha a esa hora.
No tengo ni idea.
Por más vueltas que le dé, no tengo una referencia que me despeje esa duda. Las diez y diecisiete (10:17).
Tendré que esperar a ver qué pasa el 17 de octubre. Igual no pasa nada.
O quizás me despierte a las 17:10 y tenga que escribir otro relato utilizando como protagonista este nuevo dato.
Tendremos que esperar a ver qué ocurre.