No acabamos de gestionar la pérdida de nuestras mascotas. No hay prioridades. Forman parte de la familia. Son un miembro más.
Estos peludos nos acompañarán desinteresadamente durante un largo período de nuestras vidas que va más allá de lo impensable.
Veinte años son muchos para un perro que encontró cobijo, amor, calor, compañía humana y de su especie, en una casa donde los principales protagonistas no hablan, pero se hacen entender perfectamente.
Doy fe de que los humanos que la custodian los aman y los han amado incondicionalmente. Estos humanos se desviven por ellos porque forman parte de su tribu.
Ayer, Mil se reunía con Manu y con todos los demás que partieron antes que él. Ayer, una parte de nuestros corazones humanos, se partió en trocitos muy pequeños. Corazoncitos que dan cabida para mucho amor.
El que escribe estas líneas, con los años, se ha vuelto demasiado sensible. Cuantos más años voy sumando a mi esqueleto, más tontorrón me vuelvo, más frágil, más vulnerable.
La partida de nuestros pequeños amigos nos crea un nudo en la garganta. Tragamos saliva y procuramos sobrellevarlo de la mejor manera posible.
Los recuerdos serán maravillosos porque tuvimos la oportunidad de disfrutarlos.
Ahora toca asimilar el espacio que ha dejado Mil. Tal vez y solo tal vez, otro que corra una suerte similar, pueda llenar ese hueco.
El amor no se sustituye, simplemente se reparte.
Nos vemos por ahí arriba.
Que desaparezca físicamente de tu lado un compañero peludo, te deja un vacío que sólo saben los que han tenido el privilegio de vivir a su lado. No importa quien no lo entienda, porque quien no lo entiende a mi no me importa nada.
Espero que haya un Paraíso para todos ellos y si quieren, nos volveremos a encontrar.
Sisí, Yuki, Asta 1, Nosé, Nina, Petita, Sisé, Soja, Boira, Manu y Mil… y todos los gatitos.