Lleva más de cinco meses invertidos en el estudio del número 68 del cuaderno Mikrokosmos, tercer volumen, de Béla Bartók.
La negra, en la partitura, tiene un valor de 125 (allegro con spirito).
Cuando Lucas llega al compás once, sus dedos se tropiezan hasta el compás doce. La entrada en este último es más estrepitosa, horripilante y nauseabunda que en las primeras notas del once.
Su profesora le recuerda constantemente, que debería tocarlo a la velocidad de un caracol con muletas, es decir, mucho más lento que la definición de despacio.
«Si lo haces muy, pero que muy despacio, asimilarás enormemente los movimientos y posición de los dedos. Además, te invito a que cantes las notas mientras tocas. En cambio, si quieres correr, lo único que conseguirás será una gran decepción y la muerte del alma».
Según tengo entendido, esa frase se la recuerda cada 3/4, a ritmo de vals.
Lucas es muy aplicado solo en los primeros calentamientos de estudio. Después se olvida y corre como si le persiguiera un gambusino. Al rato, como si hubiese tenido un desmayo, se olvida de quien es y para qué ha venido a este mundo. Sube la velocidad a la hora de ejecutar la pieza y, realmente, la ejecuta, vamos que le asesta un golpe de muerte justo al llegar al compás once.
¿Acaso le está cogiendo manía a estos dos compases? No debería. Le encanta el señor Bartók y, por lo tanto, no se entendería su postura de asco.
Entonces, ¿no entrará en escena la famosa impaciencia que lo persigue allá dónde va este mocoso?
Esta posibilidad se me antoja extraña ya que Lucas, justo hoy, lleva sentado al piano dos largas horas y aún no lo ha enviado todo a la mierda. Así que no sé por qué razón tropieza tanto en esa pieza.
Hace como cinco minutos ha salido a tomar el aire a la terraza y me ha llamado desde allí. De vez en cuando, para despejar su mente, se aproxima al filo de la barandilla a calcular distancias. Parece ser que esta operación le calma la glándula pineal.
Un día me dijo que cuando le pasa esto, una de las opciones más efectivas es cerrar el piano, recoger los auriculares estereofónicos y pensar que mañana será otro día. Hasta ahora, este procedimiento no le ha ido tan mal.