Mensaje táctil

No hace falta abrir la boca y pronunciar palabras para dar un mensaje. Tampoco hace falta mover los ojos, hacer un guiño (picar l’ullet), mover las cejas de arriba abajo, para denotar sorpresa, asombro, miedo, etc., con lo que también estás enviando un mensaje. Con los dedos de las manos, depende de la posición que adopten, puedes decir muchas cosas.

Encontré muy interesante el mensaje que vi ayer. Describo la escena: Un vagón de tren (de Cercanías) bastante lleno. Lo de la distancia de seguridad de la época más dura del covid, ha pasado a la historia. El observador (yo), sentado. Tomando nota mental de la situación. Los protagonistas de pie. Una parejita. Jóvenes. Posiblemente, menos de veinte años. Él, más alto que ella. La rodeaba con sus brazos. Ella, hablando con los amigos de enfrente. El observador no estaba interesado en la conversación; permanecía atento al lenguaje corporal.

Ambos vestían ropas cómodas. Pantalones cortos. Él, una camiseta negra que hacía conjunto con el top de ella. Ambos tatuados. Hablaban en catalán (por suerte). Últimamente, escasean las conversaciones en catalán.

En un momento del trayecto, él, quería introducir sus dedos bajo los pantalones de ella, empezando por el ombligo. Muy suavemente. Con sigilo. Automáticamente, un solo dedo, de ella, creo que corazón (el del medio), hizo un gesto sutil. Tocó suavemente la mano que intentaba hacerse camino por debajo de sus pantalones y el movimiento se frenó de golpe. Es como si hubiera presionado el interruptor de seguridad que lo detiene todo al instante.

La mano de él, con todos sus dedos, cambiaron de lugar. Durante casi todo el trayecto, permanecieron casi inmóviles en la barriguita y a veces, en el hombro. No más expediciones a la zona oculta. A la zona «prohibida».

El suave toque del dedo corazón de la muchachita, fue lo suficientemente rotundo como para frenar una intención que, no siendo perversa, ya que eran pareja (eso se veía a la legua), no era ni el sitio ni el momento.

La conversación entre los cuatro (dos parejas involucradas) siguió adelante, distendidamente. Todo correcto, pero él, que estaba rodeándola con sus brazos, dejó de hacerlo para adoptar una postura de rendición. «Aquí estoy, contigo, pero ahora no te voy a abrazar»… Orgullo masculino de mierda, por cierto.

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