¡Me olvidé!

El hecho de trabajar de noche no le impidió levantarse pronto. Quería tenerlo todo encarrilado. Había quedado con Claire en la riera para dar un paseo antes de la sorpresa. No estaba muy seguro, por eso.

Para sorpresa, el dolor de muela que venía tocándole los cojones hacía días. Suerte de las tomas puntuales de Paracetamol que hicieron lo que pudieron con su dolor. Esta vez, como recordaría con una sonrisa en los labios, no se trataba del pisotón de ese gordito. En esta ocasión era la puta muela que, de vez en cuando, le toca la pera.

Así que, sin perder ni un minuto, en cuanto se tomó el café, le envió un mensaje con la intención de cancelar el encuentro. No quería padecer por un dolor invisible, pero latente.

—Lo siento mucho. No podemos quedar. Tengo un dolor de muelas que me hace la vida imposible. —Le escribió en el WhatsApp.

La respuesta no se hizo esperar.

—¡Ostras! ¡Qué me dices! Cuánto lo siento. No te preocupes. Ya buscaremos un hueco para más adelante.

Lucas, en un momento de lucidez, cosa impropia en él, pensó que si se tomaba dos pastillas de Paracetamol y un pelotazo de Ratafía, el dolor se le pasaría más rápido. Así lo hizo y así fue.

Agarró el móvil y le envió otro mensaje. Al ver que ella no lo leía, fue a por lo seguro. La llamó por teléfono.

—Hola. Si quieres, nos vemos. En un rato me encontraré mejor. Me he tomado un pelotazo y ya empieza a surtir efecto. —Le comentó Lucas con la lengua un poco apelmazada.
—Ok. ¿Seguro que estás bien? Si no, lo podemos dejar para otra ocasión. —Le propuso Claire.

Los horarios mega complicados que tienen ambos no permiten muchas maniobras. Así que tiraron adelante la cita. El punto de encuentro era el puente de madera que está al final de la riera. De esta manera, ella aparcaría sin problemas y él, dando un paseo, llegaría a la hora pactada.

Me olvidaba. Justo después de decidir que se iban a ver, Lucas se instaló en la cocina. Iba a adelantar trabajo con la suculenta receta, pero se lo pensó mejor. —Esto lo hago yo con la punta del na… —Pensó, mientras se tomaba otro chupito de Ratafía. —Lo prepararé después durante la charla…

Llaves, móvil, gafas de sol, ¡mmm! y un Paracetamol por si las moscas. A las 13:10 salió de casa en dirección a la riera. Sonó en el móvil la rana. La tiene activada para los mensajes de WhatsApp. Era Claire. Se retrasaría unos diez minutos. Don’t worry.

Los paseos por la playa siempre me han sorprendido. No sé qué tienen que abren el apetito.

El viento que hacía el domingo fue la excusa perfecta para que se marcharan antes. Recogieron los bártulos y se dirigieron al coche. La casa de Lucas queda un poco alejada y era mejor aparcar cerquita.

—¿Puedo ir al baño? —Le preguntó Claire.
—Considérate en tu casa. —Le respondió Lucas desde la cocina mientras sacaba el salmón de la nevera.

En cuanto salió del baño le preguntó si podía ayudar en algo.

—Pela estas cebollas y las cortas así, más o menos. ¡Ay!, se me olvidaba. Y esto también. Le pasó una guindilla de las que pican.

De la nevera sacó los mejillones. Los haría al vapor. Entre tanto se tomarían las almejas con el vino que traía Claire.

—¿Y el vino? ¿No te encargabas tú de traerlo? —Le preguntó Lucas con asombro.
—No me ha parecido que llevaras ninguna bolsa en la mano cuando hemos salido del coche.
—¡Me cagüen too! Se me olvidó en el recibidor de casa. Lo dejé un momento en el suelo mientras atendía tu mensaje y se me fue el santo al cielo. Pensé que no te darías cuenta. —Le respondió Claire haciéndose la despistada.
—Pues estamos apañaos. ¡Qué cabeza la nuestra! Tampoco me acordé de comprar las almejas. Así que el aperitivo de almejas con vino que tanto me apetecía… a la mierda. —Exclamó Lucas a los cuatro vientos.

El salmón a la naranja estaba espectacular. Perfecto. En su punto. Tierno. Lástima que al final no probaron las almejas.

¿Quedarán para comerlas otro día?

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