Hoy es sábado.
No te apetece madrugar, pero tampoco hacer el vago en la cama.
Son las nueve de la mañana y ya llevas 35 minutos con los ojos abiertos.
Piensas en las tareas para hoy.
Ducha. Café. Fregar los platos. Bajar la basura. Ir a comprar ganchos para la ducha y las cuatro cosas del súper.
Las dos primeras cosas ya están listas.
Ahora toca fregar los cuatro platos, tres vasos y una olla que no lavaste ayer.
Aún te dolía el dedo de la hostia del jueves.
Te arremangas el jersey hasta sobrepasar los codos.
—O estas mangas son inteligentes o la goma está desgastada. Piensas con tu voz en off.
Antes de lidiar con el tercer vaso, ya te has subido la manga derecha dos veces.
Agarras la olla con la mano derecha y se te baja, al mismo tiempo, la manga izquierda.
—Jolines. ¡¡¡Ya está bien, no!!!
En cada subida debes remojarte las manos para sacarte el jabón. Secártelas bien y proceder a subirte, otra vez, las mangas por encima de los codos.
Reanudas el «friegue». Cuatro cucharillas de café y el cuchillo del pan. Otra manga que se empieza a escurrir por el brazo.
Te pones de los nervios.
Se va a mojar como no la pare de inmediato.
Te remojas las manos y te secas rápidamente.
La otra manga, por simpatía, también empezaba a escurrirse.
Sueltas un improperio.
Te las subes casi hasta los hombros.
Te quedan solo las dos cucharas de sopa y el cazo de la leche.
Ya casi has acabado. La manga derecha ya la tenías a medio antebrazo.
La izquierda aún se mantenía en el lugar donde la habías dejado.
Lidiar con ambas mangas mientras friegas los platos es un auténtico calvario.
Ya estás.
A ver qué pasará esta noche.