¿Qué tendrán las mandarinas que, después de una comida copiosa de Navidad, te hacen digerir bien hasta el desayuno de la mañana anterior?
¡Qué ricas son y lo bien que sientan!
Cuando crees que ya no te cabrá ni un centímetro cuadrado de turrón, no se sabe si es por arte de magia o porque los planetas se han alineado a tu favor, aún te caben seis o siete mandarinas en el cuerpo.
¿Acaso son tan digestivas como dicen o todo es un cuento y te engañan para que comas fruta?
Nuestra madre decía: come mandarinas porque son muy saludables. Y, aunque estabas al borde de la explosión, te las comías y punto.
Se me antoja pensar que las mandarinas son como las avellanas, almendras, higos, pipas, pistachos o cualquier fruto seco. Puedes llegar a tener hasta dolor de barriga de tanto comer (con el correspondiente desabroche de todos los botones que encuentres a tu paso), que si ponen en una fuente cuatro kilos de mandarinas, ya estás tardando en meter la mano y pelarte, de entrada, dos o tres.
Al final de la jornada, una voz etérea, profunda, como salida de Mordor, gesticula y pronuncia la famosa frase que está presente en casi todos los hogares del mundo, un día de navidad; la está frase compuesta por cuatro elementos: pronombre + verbo + adjetivo + nombre.
¿Alguien querrá más sopa?
Siempre podremos tirar de las mandarinas para hacer bajar la escudella con pelota incluida.