Parece mentira lo que cunde una cápsula de 22×8 mm y 8 mm de diámetro. No sé cuántos gramos son. No lo veo en la caja. Es igual. El resultado de haber empezado ayer tarde con el tratamiento, más todos los días que lleva Lucas pedaleando por las pistas cercanas a su casa, ha dado sus primeros frutos.
Pendientes en las que tenía que parar a respirar profundamente porque no se le llenaban los pulmones con la cantidad deseada de oxígeno; detenciones de urgencia porque se le iba la perola por falta de riego, se han convertido hoy, miércoles, en un mero paseo. Me ha llamado desde la cumbre para decirme que no me estaba chuleando. Que creyera lo que me estaba diciendo.
—Te lo juro por las barbas de Santa Claus, que, a medida que subía la cuesta, iba pensando de dónde diantres sacaba el poco esfuerzo que invertía. Me comentaba este mediodía, Lucas, mientras el cabrón se estaba bañando en el mar.
—Te creo. No hace falta que metas en esta historia a Santa. Le respondía mientras calentaba la comida. Justo me ha pillado que acababa de llegar a casa. Tenía unos asuntos que atender y no podía perder demasiado tiempo con él. Lo conozco y sé que se enrolla un poco, pero es buen tipo y miro de escucharle con atención. El pobre no tiene a nadie que le escuche sus retos.
Si es cierto que esta cápsula de 22×8 mm y 8 mm de diámetro hace este efecto, igual empiezo a tomarla yo también. A ver si dejo de sentirme tan cansado. Hace unos meses que me pesa el culo y el alma. Al no ser corpóreo el segundo elemento, no sé cómo averiguar cuánto pesa. Del primer elemento si te puedo decir que pesa bastante. Y como que la cabeza y el culo están, en muchas ocasiones, en la misma frase, sé por experimentación propia que pesan casi igual.
De todas formas, esperaremos a ver qué efectos secundarios produce tanto magnesio en el cuerpo serrano de Lucas y desde hoy mismo, en el mío.
Os iré contando cómo va la nueva etapa. Saludos desde el laboratorio.