No hace mucho, escribí un relato con el título «A años luz», en el que anotaba cómo se desarrollan las interacciones humanas. En ese caso, no se produjeron porque pasó todo lo contrario. Se generó, sin quererlo, un distanciamiento exponencial.
Un mes más tarde de ese acontecimiento, la luz volvió a iluminar el camino.
No es aconsejable hacer cábalas sobre qué tiempo hará mañana. ¿Lloverá? ¿Hará un día espléndido? ¿Tendremos un eclipse total del sol?
Cuando digo mañana, no me refiero al día siguiente a hoy, pero tampoco quiero pensar más allá de lo que tarda la luz en dar la vuelta al universo para volver a iluminar los caminos que transitamos.
Ya se verá.
Lo importante es que la luz ilumina igual, estés preparado o no para una nueva etapa. La luz siempre está ahí. El problema son las malditas gafas de sol polarizadas. Son tan oscuras que, a veces, crees que se ha hecho de noche y no es así.
Mañana saldrá el sol y luego vendrá la noche. Y así, hasta que volvamos a colocarnos las gafas de sol polarizadas.
Que las gafas polarizadas no polaricen nuestras reacciones y sepamos generar relaciones ecuánimes.