Luces nocturnas

Son las dos y media de la madrugada. Ya se ha acabado la jornada laboral. Lucas, sube al vestuario y se cambia de ropa. Antes de salir, hace un pis y comprueba que lo ha recogido todo. Cierra la taquilla. Por su mente pasa el mismo pensamiento de cada noche: «mañana más».

Mientras se abrocha la chaqueta de cordura, se pone el casco y los guantes, activa el estárter de su moto. Al ser un modelo anterior al 2004, no es automático. Espera tres o cuatro minutos a que aguante el ralentí y se pone en marcha. Sale del recinto. Mira a ambos lados de la carretera local que baja de la urbanización, cruza el polígono y se va a buscar la carretera. Conduce con precaución porque, a esa hora, hay jabalíes campando a sus anchas. No es la primera vez que se encuentra con alguno.

Hace un poco de frío. Es mejor ir abrigado.

El cielo está despejado. A lo lejos, en el mar, se divisan unas luces ordenadas en pisos. Seguramente se trate de un crucero. Lucas, no movería un dedo por ir en un mamotreto de esos. No podría pilotar su moto.

Toma el desvío y entra en la carretera que discurre paralela al mar. Se nota la humedad. Otra vez está atento a los jabalíes o a los perros que, a veces, andan por el arcén de la carretera. No hace muchos días, le pasó uno a menos de cinco metros de la rueda delantera.

Cada tantos metros, mira rápidamente hacia el mar, sin perder de vista la carretera. A lo lejos, unas luces titilan. Son de las barcas que salen a faenar a esas horas. Acompañan a Lucas casi todo el trayecto hasta su casa. Es una manera de no sentirse solo.

Piensa en los hombres y mujeres que, a esas horas, están allí, lejos, rodeados de agua, en la noche. Imagina un escenario oscuro, casi en silencio. De vez en cuando, una campanilla avisa de la llegada de un banco de peces. Ramón o tal vez Inés (son nombres irrelevantes) están de guardia. Es su segundo turno. Permanecen atentos por si se enreda algún delfín. No sería la primera vez.

En la noche oscura, se recortan tres o cuatro figuras en cada barca. Toca cambiar las redes. Mañana, si hay suerte, entrarán los primeros en el puerto y descargarán las cajas, llenas de peces y hielo, en la Lonja.

Se mezclarán las voces de los pescadores. Casi todos permanecerán atentos a la pantalla. —¡Pssss, ya salen los precios! Después de haber vendido todo el pescado, se irán a sus casas. Se cambiarán de ropa y dormirán un poco. Más tarde, quedarán en la cantina de siempre y tomarán una cervecita con cuatro tapas.

Por la mente de más de uno, pasará el mismo pensamiento: «mañana más».

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