Esta mañana, tenía pensado bajar un momento a comprar cuatro cosillas, al súper de la esquina.
Desde que me trasladé al nuevo barrio, bajar dos o tres veces a la semana, no me da tanto palo como antes.
Vivir en el campo tiene, como todo, sus ventajas y desventajas.
—A ver: arroz, salsa de tomate por si acaso quiero hacerlo a la cubana. Tres plátanos, que después se me estropean y me da un no sé qué tirarlos. Vichy. Tres botellas—. Ahora que recuerdo, leí una oferta de 12 botellas por menos de 26 €. ¿Dónde fue?
Últimamente, las digestiones, se me hacen un poco cuesta arriba.
Desde que me jubilé, ya no camino tanto como antes.
El cole, los nietos, las comidas en el porche con la familia. Los largos paseos con María.
Marisa, mi hija mayor, me comentaba unos meses atrás: —papa, ¿seguro que estarás bien en tu barrio de siempre? Piensa que estarás a treinta minutos de casa—.
La lista. Que después me dejo cosas por comprar.

Chocolate negro. Café, ¿con cafeína o sin?
Desde que murió Dana, mi perrita, me cuesta mucho conciliar el sueño. O bebo menos café o adopto otro peludo. ¡Me hacen tanta compañía!
Leche, copos de avena y azúcar. —Vale. El desayuno ya lo tengo controlado.
Ostras. Me olvidaba lo más importante. ¡¡¡Los huevos!!!
—¿Qué haría yo sin mis huevos? ¿Quizás no haber tenido nueve hijos?
—Ja, ja, ja. Siempre tan inoportuno. Me hubiese dicho María, mi mujer.