Si unos ojos diferentes a los míos, hubiesen visto esta mañana, lo mismo que yo, seguro que habrían interpretado una situación absolutamente contraria a lo que en verdad había pasado la noche anterior.
Me refiero a tres objetos que estaban descansando sobre el mármol de la cocina. Una botella de ron Cacique y dos latas de cerveza vacías. Con estos tres datos, podrías generar en tu mente, una idea con la que estaríamos en total desacuerdo.
Me gusta mucho cocinar y sobre todo desde que vivo solo. Preparo lo que quiero cuando me da la gana. Puedo llegar a ensuciar todos los artilugios de la cocina sin que me tiemble, lo más mínimo, el pulso. Eso sí, una vez acabado el experimento de la cocción, todo queda como si no hubiera ocurrido nada. Limpio como una patena.
Ayer por la noche, se me ocurrió hacer alubias rojas con almejas. Operativa: freir la cebolla hasta caramelizarla, sal, pimienta, echar las alubias. Mezclar. Chup, chup. Y mi toque personal: bañarlas en ron Cacique. Mientras se evaporaba el ron, en una sartén aparte, puse las almejas sin nada, desnudas, para que se fueran abriendo.
Como que me gustan los experimentos, me dio por echar tres cucharadas de cerveza que había abierto mientras cocinaba. La otra lata ya estaba vacía de otro día. En su interior echaba los huesos de las olivas que, de vez en cuando, iba comiendo.
Así que una botella vacía de ron y dos latas de cerveza no eran sinónimo de super juerga nocturna. Solo eran meras herramientas culinarias.
Por cierto, las alubias estaban de muerte.