La cobra de mi gata

Mi gata me hace la cobra desde hace casi un año. Cuando era pequeña, siempre tenía ganas de jugar. Perseguía las mangas de mi camiseta, conmigo dentro.

Le daba un empujoncito y a los tres segundos ya estaba, otra vez, al ataque. Desde que ya no es tan pequeña, me evita. Cuando quiero acariciarla, trastear con ella y tocarle la pera, me hace la cobra. Se aparta. Tira la cabeza para atrás. Me recuerda a más de una…

Es una «legañuda». No me deja que le limpie los ojos. Que le quite esas legañas de metro, que se le forman casi cada día. Pero yo insisto.

Eso si. Es muy cariñosa. Me sigue a todas partes. Es como un moco.

Me sigue. Se sienta a mi lado. Me mira y si pudiese hablar diría: —aprovecha este minuto que en un momento te hago la cobra y me piro—.

La cobra de mi gata

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