Entre el calor que hace y el sueño que va acumulando Lucas día tras día, hacía mucho tiempo que no lo veía así. Se duerme en cualquier lado, en cualquier momento. Está comiendo y se le cierran los ojos. Intenta escribir un rato y le pican. Y, para más irritación, abre un libro para leer algunas páginas y no llega ni a la segunda línea del párrafo.
Ya le he comentado en más de una ocasión que no se preocupe. Que en estas épocas es muy normal no tener ganas de hacer nada. El otro día le dije que siguiera el ejemplo de sus gatos. Que los observe y piense si ellos también están hiperactivos como cuando no hace tanta calda. No. No lo están y no pasa nada, pero Lucas está preocupado. Se come el coco con esto de la apatía.
Le he dicho que si no pasa nada, ya tendrá tiempo de ir a caminar, entrenar con la bici, leer o escribir un rato, incluso plantarse delante del ordenata para ver una peli de Amazon Prime. Que no se preocupe.
No sé si me hace mucho caso. En cuanto nadie le observa, se apalanca y se duerme. Se siente bastante derrotado. No tiene ganas ni de ligar y eso que le mola mucho. Tampoco sabría de dónde sacar el tiempo para la práctica del flirteo. Sale de casa sobre las nueve de la noche y vuelve a las cinco menos cuarto de la mañana. Se levanta a eso de las diez porque no puede con su alma. Antes se levantaba a las nueve y tenía ganas de hacer cosas.
Estos días seguiré observándolo. A ver si cambia de actitud. Si no lo hace, le meteré una patada en el culo y lo enviaré a cagar a la vía. A ver si espabila de una vez porque me tiene harto.
—Lucas, léeme los labios: VETE A CAGAR A LA VÍA.