El saco de dormir

Se compró uno hace tres años para guardarlo en la maleta de la moto. Cuanto más pequeños sean los gadgets que se ha de llevar por ahí, mucho mejor.

Tienda pequeña, saco pequeño, hornillo pequeño, todo pequeño; de esta forma, dispondrá de más espacio entre las tres maletas que tiene montadas desde el principio.

Trabaja de noche, eso ya lo sabes, y se encuentra todo tipo de humanos por ahí. En una gasolinera, en el badulaque, en la cola de la farmacia, esperando a que se ponga el semáforo en rojo, durmiendo en un cajero automático, etc. De esos, cada vez hay más, por desgracia. En los tres o cuatro cajeros que se encuentra en su ruta, se percata de que cada vez hay más humanos que los frecuentan.

Lucas se cruza con un tipo de esos. Vamos a cambiarle el nombre para preservar su intimidad. Creo que Pepón le puede quedar bien.

Trabaja en un centro médico, no sabemos si lo hace como auxiliar de clínica o en mantenimiento. Tiene un sueldo. No entraremos en detalles de si es mucho o poco. La cuestión es que con lo que cobra no se puede permitir el lujo de alquilar ni siquiera una habitación en una casa compartida. Así que se ve obligado a dormir en la calle. En su cajero.

Lucas, hace unas semanas le dijo que le traería un regalo. Que lo hacía de todo corazón.

Ayer sabía que se lo encontraría por la riera, si no en el primer banco (de sentarse), en el segundo o el tercero.

Bingo. Localizado. Mientras se comía un trozo de pizza y bebía un poco de agua, saludó a Lucas con su cara habitual de: ya ha pasado otro día y seguimos por aquí, sobreviviendo. Lucas, desde su vehículo de trabajo, extendió la mano para abrir la ventana, lo saludó como hace todas las noches y sacó de detrás del respaldo del vehículo una bolsa con forma de tubo. Era su saco de dormir, el que llevaba casi siempre en la moto por si le pillaba la noche por el camino.

—Solo lo he usado una vez, puedes estar tranquilo.

Se lo dijo con una sensación extraña en su pecho. Conociendo a Lucas como la palma de mi mano, diría que una mezcla entre impotencia y rabia recorría su alma.

A menudo me comenta que es injusto que haya humanos por ahí que no se puedan costear una vivienda digna, ni siquiera una habitación en la que dejar sus cosas, tener su ropa bien puesta, su cepillo de dientes en el bote y los zapatos debajo de la cama. Pepón tiene toda su vida, sus pertenencias, en un armario metálico de 40x50x160 que le prestaron en el centro donde trabaja. Dispone de ducha, secadora y lavadora por si ha de hacer una colada. Lo demás, sus utensilios diarios los lleva encima. Pocas cosas que arrastrar.

A partir de ahora, además, llevará encima un saco de dormir que no ocupa ni el espacio de una mortadela, que le regaló con cariño y de una manera absolutamente altruista, un tipo que trabaja de noche dando vueltas por una ciudad extraña. Perdona, estaba hablando de Lucas.

No hace mucho me dijo que si le tocara la lotería, compraría un edificio entero para personas que aun trabajando como lo hace Pepón, no se pueden permitir el lujo de vivir bajo un techo digno y dormir en una cama mullida y no en el frío suelo de un cajero automático.

1 comentario en “El saco de dormir”

  1. La verdad es muy triste, te entiendo perfectamente Lucas porque yo soy así.
    Yo trabaje en ese puesto igual que tú y tenía a David viviendo en la estatua de plaza Santa Anna y cada noche le llevaba la cena.
    Si queremos que las cosas cambien tenemos que empezar por cambiarlas.

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