En 2012, con la que era en ese momento mi pareja, amiga y amante, todo en uno, descubrimos una serie que, desde el principio, prometía y mucho. Una serie que, por cierto, emitían en el canal Cuatro, si no recuerdo mal. Eso quería decir que sabíamos a qué hora empezaba, pero no a la que acababa. Con tantos anuncios llegó a ser un suplicio.



Empezamos a verla con mucha expectación.
Solo tuvimos acceso a las dos primeras temporada porque, cuando ya quedaban uno o dos capítulos para acabar, el canal Cuatro, por la razón que fuese, dejó de emitir la tercera temporada y ésta pasó a alguno de los tantos canales privados de pago que, por aquellas fechas, había en la parrilla televisiva.
Con mucha atención seguimos los veinticuatro capítulos que conformaban la primera y segunda temporada y para nosotros, las últimas de la serie.
Nueve años más tarde, por casualidad y sin haberlo planeado, he tenido la suerte de volver a ver toda la serie Homeland en Amazon Prime (ya que no tengo TV) y como si de un ataque de locura se tratase, me he tragado las ocho temporadas seguidas, en plan maratón, como si no hubiese un mañana.
Noventa y seis capítulos de una hora de duración, con una intensidad y ritmo trepidante del que hacía muchos años no recordaba.
Otro día, quizás, habrán más comentarios sobre la serie. Por hoy basta. Ahora toca ir a dormir, que mañana tengo un compromiso muy interesante.