¿Cuántas veces le oíste decir a tu madre que no te olvidaras de limpiarte detrás de las orejas?
La mía, por lo menos, cada vez que salía de la bañera, sí, de la bañera (los platos de ducha no eran tan frecuentes), hacía un repaso general de los puntos en los que podría quedar algún residuo molesto para ella que no debería permanecer allí si habías seguido sus instrucciones higiénicas.
¿Qué recuerdos tan entrañables y extrañables a la par?
Esos hábitos que te inculcan de pequeño, quedarán impresos a fuego para el resto de tu vida.
Cierto es que no les afecta a todos por igual. Hay humanos que no solo se olvidan de limpiarse detrás de las orejas, sino que se olvidan directamente de cualquier parte de sus partes.
Caminas alegremente por la calle, dando un paseo, solo o acompañado y, de repente, te viene un extraño olor, una mezcla de «vete a saber cuánto hace que no pasa por la ducha» y, como que estamos en época casi estival, «este humano está que se sale».
La segunda expresión está escrita con timidez por no herir sentimientos ajenos, pero podría escribir perfectamente: «parece que se haya caído directamente en un barril lleno de mierda. ¡Coño, qué peste!».
Si no te afectan los olores fuertes, y no me refiero al amoniaco o lejía «revenía», esa que se queda adherida en las barras de bar del barrio o en el piso embaldosado de la escalera de vecinos, tienes más capacidad de aguante. Tus pituitarias son unas campeonas.
¡Ay, amigo!, pero ¿qué pasa cuándo no es así? Si tienes una nariz parecida a la de un enólogo que, por lo que tengo entendido, pueden llegar a distinguir si se ha quemado la paella que estaba cocinando la abuela de Pedro, que vive a tres pueblos de su casa, ¿qué informaciones reciben esas pituitarias? ¿Mueres por inhalación de gases lacrimógenos?, ¿tu cerebro se colapsa y te ha de recoger una ambulancia?
Sin menospreciar a ningún humano, hay diferentes tipos de olor corporal según su procedencia, pero con un «…frescor salvaje de los limones del Caribe», es decir, un champú Fa o La Toja o Sanex o cualquier otro, bien restregado por cualquier rincón de sus cuerpos, estoy casi convencido de que «otro gallo cantaría».
De olvidar limpiarte detrás de las orejas, las axilas, de las posaderas o zonas de disfrute, y no nos olvidemos de esos magníficos aparatos de traslación, es decir, de los pies, la situación empeorará por momentos.
¿Tanto cuesta, de vez en cuando, recordar con cariño los consejos de mamá?
Estas elucubraciones solo se plantean si dispones de los elementos necesarios para controlar tu higiene. De no ser así, no haré más comentarios, su señoría.
El olfato es el primer sentido que se desarrolla cuando nacemos. Por algo será!
Olores que a unos les atraen, a otros les tiran para atrás.
Para mi la sensibilidad a los olores es todo un tema. Tengo un olfato bastante desarrollado, así que hay olores que me molestan y mi nariz los detecta al vuelo. Que le voy a hacer, soy bastante animalicé. Así que si puedo me aparto y si no, lo sufro en silencio.
Me encanta este escrito tan original como solo tu sabes hacerlo. Y me traes esos recuerdos de los papas que nos inculcaron tanto la higiene… y que nos ha provocado rechazo a los malos olores.
Acuérdate de limpiarte bien las orejas.