Dependiendo de la latitud en la que vivas, se puede pasar entre cinco y siete meses escondido. Si hace buen tiempo, la época más idónea para sacarlo a relucir, sería a partir de semana santa hasta otoño. Y, por supuesto, en verano.
Te lo puedes encontrar de muchas formas: grande, pequeño, gordo, fino, tatuado, pintado, torcido, plano, montado encima de los otros, largo, corto, etc. Blanco como la pared de la iglesia, negro azabache como una mina de carbón, separado de su compañero más inmediato por una tira de goma que, en más de una ocasión, te genera una rozadura. Moreno, morenazo, según las costumbres del propietario o propietaria del mismo.
En más de una ocasión, algún objeto duro, contundente, se puede cruzar en su trayectoria vital, provocando más de un esguince, rotura o una simple torcedura (este último caso es menos doloroso).
El gordo utiliza una tapa a modo de protección para ahorrarse más de un disgusto, pero a veces, esa tapa se ve envuelta en una pelea y acaba saltando.
Para que vuelva a crecer la tapa, pueden pasar muchos meses hasta que lo cubra otra vez. Mientras tanto, has de ir con mucho ojo porque si te das otro golpe, la situación puede empeorar bastante.
No sé si los nombres coinciden arriba y abajo. No estoy seguro de que atiendan de la misma forma si escuchan su nombre.
¿Puede ser que los dos gordos aguanten las embestidas de la misma manera? ¿Acaso el izquierdo o el derecho están entrenados por igual? ¿Existe alguna tendencia, dependiendo de las inclinaciones de sus propietarios? No tengo la más remota idea; aunque puedo pensar que sí, pero, ¿y si no?
Pulgar, índice, corazón, anular y meñique, son los nombres que, por estos lares, le han dado a cada uno de ellos, al menos para las manos. ¿Los de los pies se llaman igual? ¿Reciben las mismas caricias?
Por mi propia experiencia, te puedo asegurar que reciben los mismos golpes.