Planificando el futuro

Lucas tiene una edad en la que solo de pensar más allá de siete días, se le hace todo cuesta arriba. Le gusta vivir «el ahora». A lo sumo, realizando un gran esfuerzo, se podría plantear proyectos que están fuera de ese límite, como mucho a tres semanas vista, pero con muchísima prudencia. Quién sabe qué pasará mañana o pasado. Y mucho menos, qué pasará el verano que viene. Por Zeus. A Lucas le da mareo solo con plantearse algo a largo plazo. Lleva demasiado tiempo sin tener que pensar tanto que, ahora, que tiene una posibilidad, le cuesta un montón.

Por su forma de vivir, por sus hábitos, va haciendo. No hace grandes planes porque, quizás, no los necesita. Vive, trabaja, cuida de sus gatos. Sale. Entra. Escribe. Lee. De vez en cuando alguna salida en moto o a la montaña. Se reúne con su querida familia. Se mueve en un pequeño círculo.

Desde hace muy poquito, ha ampliado la distancia. Atraviesa tres comarcas para reunirse con una mujer. No está seguro de nada, pero haciéndole caso (a veces) a su forma de ser, a su forma de actuar, sin prisas. Es cierto que es su punto de vista. No calibra las consecuencias que esto pueda suponer en el otro lado. Está en esa fase de «ir haciendo» porque no se sabe qué pasará. Tampoco se lo cuestiona.

Lucas es consciente de que es una postura egocéntrica. Tiene miedo de abrirse. De compartir. ¿Estaría dispuesto a enviarlo todo a la porra por no acabar de centrarse? Yo no puedo saberlo. No estoy en su cabeza. No sé lo que piensa ni lo que quiere hacer. Tan solo transcribo lo que me dijo ayer por la noche, mientras volvía a cruzar las tres comarcas para instalarse, de nuevo, en su pequeño círculo.

No soy psicólogo pero, en el fondo, diría que no tiene ni la menor idea de lo que quiere.

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