Hace un par de noches, en mis ratos de caminatas en silencio, pensaba que todos tenemos nuestro lugar en el mundo. Todos los seres vivos y los no tan vivos comparten un territorio similar.
Una ardilla vive en el bosque. Corretea felizmente entre las ramas de los árboles para desplazarse con seguridad. Si va por el suelo, es más probable que tenga algún susto, bien por parte de otros animales o por el más animal de todos.
Si paseamos por el mismo bosque por el que suele frecuentar este roedor tan monísimo, de cola larga, peluda y con forma de gancho, en ningún momento se nos erizará la piel, teniendo en cuenta que es de la familia de las ratas, porque está felizmente en su hábitat, en su territorio y nosotros estamos de paso.
Aunque no sea nuestro entorno y sí el suyo, el encuentro nos parecerá de lo más normal. Incluso, es bastante probable que, si llevamos avellanas en el bolsillo (que es lo más normal del mundo), nos acerquemos a estas lindas criaturas para ofrecerle una o varias.
Un pez, mientras no sea pezcado, también lleva bien esto de moverse por su territorio, en este caso, el agua, ya sea de río, de mar o en el peor de los casos, del acuario, en el que esté preso.
Los humanos o inhumanos, ya sea apalancados en el sofá de la sala, pegados al vidrio de seguridad, de dos centímetros de grosor, del acuario municipal o simplemente buceando, si nos encontramos cara a cara con un pez, a no ser que sea más grande que nosotros, no nos producirá ningún rechazo, ya que estamos compartiendo su entorno. Hemos de tener muy claro que NO es nuestro, sino suyo.
Pensemos en la sabana africana o en cualquier lugar abierto, donde seguro que nos encontraremos algún bicho, del tamaño que sea: un escorpión debajo de una piedra; un oso en la alta montaña; águilas sobrevolando a una pobre cabra que tuvo un percance; una familia de jabalíes paseando por cualquier lugar o, como me pasó hace unos años, estirados en el peaje de una autopista; un gato que está triste y azul; un cancerbero que vigila las puertas del inframundo, etc…
¡Ah, amigo! ¿y si el bicho en cuestión, nos lo encontramos en un entorno que hemos hecho nuestro, pero que en verdad no lo es?
¡Ah, amiga! ¿y si ese bicho es una bicha, que usa la talla C, en algunos casos y la talla XL en otros?
Si estamos caminando por un entorno artificial que, años antes, había sido una riera y el ser humano o inhumano la ha domesticado para sus intereses, ¿qué pasa si nos encontramos a ese bichejo? ¿Se nos eriza toda la piel, incluso la de los zapatos?
Ayer, concretamente, caminaba en silencio por un territorio que, muchos años atrás, había sido campo y ahora es un polígono industrial recubierto de hormigón, asfalto y centenares de empresas que intentan, en un entorno común, sobrevivir igual que lo hacen esos animalicos de dios…
Si no me crucé con trescientas cucarachas de la talla C e incluso de la talla XL, «XL» de «x dios que largas son», no me crucé con ninguna.
Están en su entorno, pero se nos eriza la piel porque nos dan bastante asquito, angustia, malestar o repugnancia, como mínimo.
Corren que se las pelan. No tienen un rumbo fijo pero, cuando menos te lo esperas, salen a tu encuentro y se te eriza la piel automáticamente.
Piensas: ¿y si ahora tropiezo sin querer y empiezan a trepar por mi cuerpo serrano?
Suerte que no soy escrupuloso, que sino, no podría compartir el mismo territorio que ellas.
Y eso que estaba al aire libre. Imaginad por un momento que esas trescientas cucas, te las encontrases en tu casa, por ejemplo. ¿Estarían fuera de contexto?
No lo sé, pero me pica todo sólo de pensarlo.
Excelente » evasión» que busca encontrar muchas de las cosas que los humanos tenemos perdidas, entre ellas, la creencia de ser los dueños de todo lo que nos rodea, y con la dictadura de esa idea, sentimos todopoderosos.