Una sociedad donde la imagen prima por encima del resto de inputs, ha provocado que la gran mayoría de humanos nos fijemos antes en el exterior que en el alma.
Tener buen aspecto, ser la persona más bonita, con las medidas ideales, con una sonrisa fantástica, el cabello en perfecto estado y las ropas con la mejor caída, ha propiciado que vendamos una imagen, quizás, un poco distorsionada de nuestra propia realidad.
Creamos estereotipos, arquetipos y todo lo que acaba en «ipos» con la intención, tal vez, inocente, tal vez dolorosa, de escoger con la mirada y no con la lógica.
En la plataforma de Google Play, he encontrado doscientas apps de citas. 200. No me hubiese imaginado tantas. Las más conocidas son Tinder, Be2, Meetic, Badoo, Loovo, Happn, entre otras. Todas tienen algo en común; si no pagas, no ves nada. Hacer match es tan difícil como acertar un boleto de la lotería.
Algunas veces, estas apps, para que piques, fabrican sus propios match. Te regalan expectativas que no existen. Cuando tienes la posibilidad de cruzarte con ese humano, resulta que no tenía ni idea de haber hecho match contigo. Te lo digo por experiencia.
Estas plataformas son como una boutique. Colocan en los escaparates los mejores diseños, las mejores imágenes para llamar nuestra atención. Evidentemente, no es una generalidad, pero ocurre bastante a menudo que esas imágenes forman parte de perfiles falsos.
Nos encaprichamos de una imagen. Clicamos a la izquierda si no nos gusta y a la derecha (en la mayoría de las apps) cuando nos hace tilín. Pero, ¿son reales esas imágenes? No todas, por lo menos.
¡Has hecho match! Enhorabuena. Ahora podrás conversar con la persona escogida. Un día, dos, tres días, tal vez siete. Os explicáis intimidades. Te da la sensación de que llevas tiempo hablando con esa persona. No te engañes. Tan solo hace una semana.
Profundizas, te abres. Has pasado de los mensajes escritos a una llamada telefónica. Te encanta esa voz. Deseas conocerla, tenerla frente a frente para disfrutar del momento. Os pasáis fotografías de cuerpo entero. Te decepcionas. No pensabas que era así. Te habías creado tu propia imagen.
Un chasco. Lástima. Tenía buena pinta. Demasiada influencia social. Y a esa excusa le empiezas a sumar otros inconvenientes; distancia, horarios, agendas, etc.
No quieres herir al otro. Intentas, por todos los medios, ser lo más sincero posible. Sabes que, hagas lo que hagas o digas lo que digas, la vas a cagar.
De una pregunta extraña se espera una respuesta extraña. ¿Amigos, para qué o por qué? Si ya no existe una atracción física, siempre nos quedará París.