Hoy había quedado con mi amiga para pasar un día excelente, lleno de buenos momentos, risas y chistes con doble sentido.
En el transcurso de la jornada hemos pasado calor, mucho calor y eso que estamos en invierno. Aunque la temperatura era de 19 grados, no nos olvidemos que hasta el 21 de marzo no llega la primavera.
Hemos disfrutado del camino de ronda, aunque este no va por la costa. Es la ronda que hago normalmente para hacer un poco de gim, un poco de cardio y por qué no, para despejar la mente.
En la ruta que hago bastante a menudo, de vez en cuando, se oía a lo lejos y no tan lejos, algún que otro disparo de escopeta. Lo primero que he pensado es si ya habían abierto la «penosa época de caza». A esos tipos, les das una escopeta y disparan a todo lo que se mueve. Hay que andarse con mucho ojo porque, cuando menos te lo esperas, te meten un tiro en el culo.
No han abierto, por suerte la época de caza pero sí estaban cazando. De hecho, exterminando jabalís.
¿No podría haber otro tipo de solución? Tan difícil sería organizar otro sistema para reconducir a estas pobres almas?
Mi amiga, por suerte, lo ha visto de refilón en el suelo, al pobre animal, abatido por un disparo. A mí, se me ha quedado grabado en la retina. Y encima, el supuesto asesino de animales, feliz como unas pascuas por lo que había hecho.
Esto ha ocurrido a las 13 h y desde entonces me viene la imagen del pobre animalico a la cabeza. No me lo puedo sacar de encima.
Ya sé que en la caza siempre hay uno que muere pero, ¿no podrían hacerlo de otra manera?
¿Era necesario así?
Cuanto más mayor me hago, más rabia me da el ser humano. Siempre me han encantado los animales y últimamente me he vuelto profundamente sensible. Demasiado.
Supongo que esto es lo que hay, pero me da mucho coraje.