¿Dónde lo he dejado?

Muchas de las acciones que realizamos a diario se hacen en modo o piloto automático. Salimos de la cocina porque justo en ese momento nos acordamos de algo y cuando llegamos a la sala no tenemos ni la menor idea de lo que andábamos buscando o íbamos a hacer.

Te levantas de la cama, te pones las zapatillas, abres la ventana para que se airee la habitación y piensas que hay algo que no has hecho. ¿Estás seguro de ello? Ayer hiciste lo mismo. Te levantaste de la cama, te pusiste las zapatillas y abriste la ventana para que se aireara la habitación. En cambio, no supusiste que te habías dejado algo por hacer.

Quizás no te olvidaste de nada. Todo lo haces en modo automático. Crees que te dejas algo por hacer y no es así.

¡Ah, ostras!, ya lo recuerdas. Desenchufaste el móvil porque lo habías tenido toda la noche cargando, como todas las noches. Te lo metiste en el bolsillo del chándal y cuando ibas a meterle mano, resulta que no estaba allí.

—¿Dónde lo he dejado? —Te preguntas con la boca chica.

Haces un poco de moviola.

—A ver. Me he levantado, me he puesto las zapatillas, he abierto la ventana para que se airee la habitación, he desenchufado el móvil. Supongo que me lo he guardado en el bolsillo del chándal y… no recuerdo nada más.

Hacemos las cosas de manera tan automática que no nos paramos a analizar las acciones.

—¡Ostras! No puede ser que no me acuerde dónde puñetas he dejado el móvil. Es una catástrofe. Debería estar más al loro.

Durante un buen rato, te paseas por la casa, abriendo cajones, la nevera, el congelador. Te recorres cada una de las habitaciones, para descubrir dónde coño dejaste el móvil.

—¡Será posible! La casa no es tan grande.
—A ver, chatín, intenta rebanarte los sesos y piensa dónde demonios dejaste el móvil.

Ya has atravesado la casa tres veces y no hay rastro del maldito móvil. No puede ser que nos hayamos convertido en unos esclavos del puto smartphone. Es demencial.

Entras en la habitación y justo al lado de la cama, en el suelo, está el móvil conectado a la corriente, en el mismo sitio que lo dejaste ayer.

—¿En qué maldito momento lo volví a enchufar? No puede ser que no me acuerde de haberlo hecho.

Pero sí que lo has hecho y para colmo en piloto automático.

—No sé dónde tengo la cabeza. Un día de estos, seguro que la pierdo.

Te doy un consejo: si pierdes la cabeza y no la encuentras, vete directamente a la habitación y mira en el suelo, al lado de la pata. Es muy probable que esté allí, desenchufada.

¿Dónde lo he dejado?

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