Son las 16:15 h
Hace rato que has comido y te has quedado traspuesto en la butaca.
Suena el timbre de la calle.
Estás casi seguro de que no esperas a nadie.
Das un brinco, te levantas y te calzas las zapatillas.
Vas hacia el recibidor, soltando una letanía.
—¿Quién coño será a estas horas?
Descuelgas el interfono.
—¿Sí?
Al otro lado, una voz absolutamente desconocida, responde:
—¿Roboflecto Fabriccio?
—Sí, soy yo.
—Tiene un paquete de Amazon.
¡¡¡Mmmm!!! ¡Qué raro!
Hace tiempo que no compro nada.
El mensajero, mientras sube la escalera, escucha cómo hablas en voz alta.
Cierro la puerta del pasillo. Un día que me despisté, el gato salió pitando escaleras arriba.
Con la gata no tengo problemas. En cuanto suena el timbre de la puerta, se esconde debajo de la cama.
Abro la puerta y me llevo una grata sorpresa.
Es mi sobrina que me ha gastado una broma.
—Ostras. Te juro que no he conocido tu voz.
Se rie.
Me ha traído unos presentes, en el presente.
—Esto es para tí. Es un regalo, mon oncle.
Nos ponemos a charlar un rato entre el rellano y el dintel de la puerta del recibidor.
No quiere entrar porque ya va tarde.
Nuestra conversación es breve pero interesante.
Nos despedimos hasta la próxima.
Sigo pensando que me la ha metido bien doblada y no me he dado cuenta de su voz.
Me ha hecho mucha ilusión.
Ya he guardado los Frigo bombón almendrado en el congelador y los donuts en la nevera.
Hace un calor del demonio.
Me siento en la butaca decidido a repasar mis clases de inglés.
Bye, bye.