Destino: la Edad Media

¿Bulo o realidad?

No se sabe, pero de ser cierto, estaríamos abocados a retroceder hasta la edad media.

Unos dicen que nos lo merecemos por haber exprimido demasiado la teta.

Otros comentan que no es para tanto.

Tengan razón o no, creo que no estamos preparados para el gran apagón.

Hay demasiadas cosas, hábitos y costumbres, que se apoyan en la electricidad. Demasiadas, por no decir casi todo.

Imaginad por un momento que durante treinta días no funciona nada.

Casi el noventa y nueve por ciento de lo que está a nuestro alrededor, no serviría para una mierda.

Pensemos en lo más cercano: nuestra vivienda. No funcionaría el agua de la cisterna. Imaginad el problema que conllevaría no poder tirar de la cadena.

La nevera. La vitro, el que la tenga. El calentador de agua. La tele. El enchufe para cargar el móvil. La calefacción. El timbre de la puerta. El ordenata que, hoy en día, es como una ventana al mundo.

En la calle, los cajeros automáticos, los bancos (esos no me dan pena). Los semáforos. La Bolsa. Los supermercados. Las tiendas de proximidad. Las centrales eléctricas o las nucleares. No habría colegios. Las empresas no funcionarían. Ni los aeropuertos. Ni el tren. Nada.

La lista podría ser tan larga como quisiera, pero es mejor no volverse loco.

No quiero ni imaginarlo. Podría ser el principio del fin.

La gasolina no saldría de los surtidores. No se abrirían las puertas automáticas de los garajes. Los ascensores llevarían el cartelito de No funciona o Fuera de servicio.

Volvería a pasar como con el confinamiento, pero a lo bestia.

¿Durante cuánto tiempo podríamos aguantar así? No lo tengo muy claro, pero diría que muy poco. El ser humano no está acostumbrado a cambios bruscos en su manera de vivir, a no ser que su forma sea tan simple que no necesite todos los artilugios que conviven con nosotros en este mundo de locura.

Hay humanos que viven en un continuo apagón porque no necesitan nada de lo nuestro. Y viven felices y tranquilos, mientras que otros humanos, más ambiciosos, no invadan su territorio.

Nos hemos rodeado de demasiadas cosas inútiles y prescindir de ellas se nos hace muy extraño.

Leía una nota, hace tiempo, que una madre para castigar a su hija, que se había portado mal, no lo hacía enviándola a su habitación, sino que le quitaba el cargador del móvil amenazándola con que no se lo devolvería hasta que se comportase de forma adecuada.

¿Adecuada para quién?

Es triste llegar a ese extremo, pero con el gran apagón, este sería el menor de los males.

En esas circunstancias, saldría la bestia que se esconde dentro de cada uno y pasarían cosas que sobrepasan a las películas de ciencia-ficción.

Mientras que no llegue ese día (espero que no), aprovecharé para seguir escribiendo, leyendo o estudiando, con la bombilla encendida (de bajo consumo, por supuesto).

Porque nunca se sabe.

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